Annette K. Olesen puso con su ‘Lille soldat’ el sentido ascendente a la calidad de Lotte es una mujer aún joven pero a la que las frustraciones hacen parecer envejecida. Ha regresado a su ciudad pero malvive escondida en su piso, en medio de un desorden que no es otro que el de su propia vida. Ni siquiera ha avisado a su padre (y único familiar cercano por lo que parece) de su regreso. Aunque, cuando este aparece en escena se entiende a la perfección. Es un tipo poco recomendable en buena posición económica que tras una empresa de transporte esconde un negocio de trata de blancas. Lotte acabará de chófer de la novia de su padre, una mujer nigeriana que se prostituye para sacar adelante a una hija que vive en su país y a la que no ve desde hace cinco años. Olesen es especialista en situar la cámara en el punto justo en el que los conflictos humanos aparecen en toda su crudeza pero sin regodeo ni sensiblería. Esa distancia tan difícil de conseguir. Olesen arriesga en el plano corto y arriesga en una característica que define a los buenos cineastas: dar los elementos mínimos pero necesarios para no caer en la obviedad sin dejar al espectador a merced de un capricho. Con diálogos justos y planos medidos consigue transmitir la profundidad psicológica de sus personajes. No les da respiro pero tampoco se regodea en su desgracia. En e ste caso, Lotte aprenderá una dura lección, no se puede salvar a quien no quiere salvarse, pero mucho menos cuando el trabajo pendiente es salvarse uno mismo. La directora ha confiado una vez más en Tryne Dyrholm, una estupenda actriz que encaja a la perfección en la piel de una mujer traumatizada y con tendencia al alcoholismo, con heridas profundas que se intuyen lejanas, aunque su reciente experiencia en la guerra sea el detonante de su bajada a los infiernos. La fotografía y la iluminación, de una impecable frialdad, son claves en este filme en el que los afectos son como pequeñas llamaradas que un ambiente gélido apaga apenas han llegado a la superficie. La crítica la recibió con un aplauso. La mañana de ayer comenzó con la tercera película española a concurso. ‘Estigmas’ es un arriesgado proyecto del debutante en el largometraje de ficción Adam Aliaga, que tras un dubitativo arranque y un ritmo ascendente finalmente deja caer su película en un exceso poco justificado. A Aliaga hay que agradecerle de entrada su valor. En primer lugar adapta el cómic de Lorenzo Mattoti y Claudio Piersanti. Lo hace con una fotografía en blanco y negro que justifica le negrura de la historia, la de Bruno, un hombre al límite de la marginalidad al que le salen unas heridas en las manos, como los estigmas de Cristo. Comienza así una peripecia en la que acabará formando parte de una troupé de feriantes en la que parece encontrar un lugar en el mundo que se adivinaba difícil. El atleta Manuel Martínez, plusmarquista en el lanzamiento de peso, debuta como actor. Y lo hace con solvencia, aunque aquí no hay que quitar méritos a la labor del director. Este le fotografía en corto, deteniéndose en su mirada, esa mirada asombrada con la que contempla un mundo que no parece hecho a su medida. Es esta mirada la que concede al personaje una amabilidad o al menos un alivio en su dureza original. Aliaga, que ha estudiado cine en Alicante y Barcelona, también se diplomó en Historia y Estética de La segunda película de la mañana fue la irregular ‘Casanegra’ del director marroquí Nour-Eddine Lakhmari, que aborda con esta historia de perdedores, su segundo largometraje de ficción. La historia, es la de dos jóvenes que malviven de sus trapicheos y que aspiran a encontrar un futuro más ancho y luminoso que el que anuncia su pasado, entran en contacto con un hampón que les complicará la vida. La ciudad de ‘Casablanca’ ( Es difícil salir del arroyo cuando las circunstancias se ponen tan en contra. Para llegar a esta conclusión, ya vista y conocida, Lakhmari nos hace recorrer un camino de dos horas y cuarto de duración que la película no justifica. Esta atraviesa momentos mejores y peores. Hacia la hora y media de metraje cruza por un desierto del que parece que no va a salir. Consigue hacerlo no obstante pero se vuelve a enredar en el final. Lo malo del filme, que de todas formas muestra un director con potencial, son los tópicos. Escenas demasiado vistas, una banda sonora previsible y un guión no demasiado perfilado.
TOCANDO FONDO