No. No ha sido un cambio tan radical el que Guédiguian plantea en su ‘L’Armée du Crime’. Él mismo lo ha dicho. Es un cambio más formal que de fondo. Se trata, sí, de una película histórica. Rodada con más medios, estéticamente más clásica, pero en el fondo subyace su actitud comprometida. Del Marsella actual, el escenario familiar de su cine, al París de 1941. Guédiguian cuenta la resistencia francesa frente a la ocupación nazi desde un punto de vista original: los combatientes extranjeros. En el heterogéneo grupo que dirige el poeta armenio Missak Maounichian hay españoles, húngaros… algunos son judíos, todos luchan por la libertad.
No vamos a descubrir aquí a un director que en la Seminci tuvo su ciclo, del que siempre se recuerda su ‘Marius et Jeannette y que le dio la Espiga de Oro por una de sus películas más logradas: ‘La villa está tranquila’. ‘L’Arme du Crime’ atesora sus buenas cualidades como director, su forma tan segura y limpia de rodar, y, en este caso, la excelente ambientación que contribuye a su credibilidad. Aunque quizá se eche de menos esa potencia que tienen sus filmes más personales, esos que meten las manos en la masa de la marginación social, los problemas de la inmigración, los desajustes de la sociedad desarrollada o los problemas interiores de pareja. ‘El ejército del crimen’ no mantiene esta tensión durante todo su largo metraje pero, para cualquier aficionado al cine, es un placer ver una película de tan buenas hechuras, tan bien fotografiada y con unos actores solventes. El espectador sabe desde el inicio cuál será el fin de estos héroes pero no por ello se pierde un ápice el interés por su peripecia. Guédiguian le ha dado un tono de leyenda al filme y el resultado es notable.
Si la Seminci empezó con la sonrisa Loach, acabará hoy con la carcajada Mendes. El director americano cambia también sus parámetros habituales. (Ahora entendemos qué quiso decir el director del Festival, Javier Angulo, cuando durante la presentación dijo aquello de que «en esta edición nada es lo que parece»). Sam Mendes sigue a una pareja de treintañeros tres meses antes de convertirse en padres primerizos. Son una pareja muy estable en lo sentimental e inestable en los aspectos materiales de la vida. Por eso se deciden a buscar un lugar para establecerse y en el que la hija que esperan crezca adecuadamente. De estado en estado esta ‘road movie’ sigue a sus protagonistas en su acercamiento a parientes o amigos lejanos y a las decepciones que estos encuentros acaban por depararles. El filme descansa en dos actores muy eficaces, John Krasinski y Maya Rudolph, y en un guión que subraya la comicidad a base de convocar lo más ‘friki’ de la sociedad norteamericana –lo que no esconde cierta acidez crítica – y que en ocasiones está a punto de caer en la sensiblería. Pero detrás está Sam Mendes para levantarla y conseguir que en general la película se vea con agrado. No viene mal la risa y un poco de optimismo vital, aunque no sea una película redonda.
Y llegamos a Vicente Aranda, cuyo último filme se pasó en la Sección Oficial fuera de concurso. Sobre ‘Luna caliente’ encuentro más preguntas que respuestas. ¿Qué hace esta película en la Sección Oficial del Festival? Mejor ¿qué hace en el Festival? ¿Qué hace un gran actor como Eduard Fernández en una película así? ¿Por qué ha contado con subvención de la Junta de Castilla y León cuando hay tantos jóvenes con talento que lo necesitarían mucho más? ¿Qué necesidad de programarla, para más inri, al final de un Festival que ha tenido un buen tono general y quedarnos así con este sabor de boca?
Desconozco los motivos. Pero casi nada es verosímil en un guión que naufraga por los cuatro costados. No es creíble la Lolita burgalesa, y no precisamente porque esté vestida, lo poco que está vestida, como cualquier chica de ahora mismo (la película está ambientada en 1970 en los días del proceso de Burgos); no es creíble el trasfondo político, ni la actitud de los policías. Pero sobre todo, no sabemos nada del protagonista, el poeta «ligeramente izquierdoso», personaje a medio dibujar y que se queda, como todo, en la superficie, incluida su pretendidamente tórrida historia sexual que llevaría a la hilaridad si no resultara patética.
(Fotogamas de LÀrmée du crime’, ‘Away we go’ y ‘Luna caliente’)