Hay quien es fan del festival de Eurovisión, eso que empezó siendo un concurso de canciones en el que parecía que se dirimía algo así como la gloria nacional, y hoy se ha convertido en una especie de ‘reality show’, con tintes de culebrón y tendencia a recolectar frikies. Yo no lo entiendo, pero aficionados al asunto (a juzgar por las votaciones) “haberlos haylos”. Y me parece muy bien. Yo no tiraría nunca la primera piedra. Lo primero porque cada cual puede disfrutar como quiera siempre que no moleste al prójimo y lo segundo porque no estoy libre de pecado: a mí me gusta la gala de los Goya.
Ya sé que no es lo mismo, pero también tiene lo suyo. Pero a mí me gusta. Por muy pesada que resulte. Por poca gracia que tengan los chistes del presentador/a de turno, por requeteoídas que están las dedicatorias a la familia, amigos, pareja, hijos, antecesores y hasta maestros de la infancia… No me la pierdo. Desde el paseíllo de la alfombra verde (cosa más fea) y los esfuerzos del personal para no pasar inadvertido (comprobando que el espejo o el buen gusto son dos bienes escasos entre las ‘celebrities’) hasta la foto de familia final, no pierdo detalle si el tiempo no me lo impide.
El asunto va más allá de lo que me toca el tema profesionalmente. Quiero decir que me siento ante la tele tal día como el domingo que viene como si fuera una espectadora más.
Pero, ?ay! No del todo. Porque otra cosa es lo que pienso de las candidaturas. No puedo evitar el bochorno que me produce el que una vez más los académicos hayan sido cicateros con Almodóvar. Y no porque Almodóvar tenga que ser indiscutible sino porque sus ‘abrazos rotos’ es una película de lo mejor en la cosecha de este año. A años luz en cuanto a aliento y realización de algunas que están en primera línea sumando y sumando candidaturas. Y francamente las declaraciones del presidente de la Academia diciendo algo así como que Almodóvar está por encima del bien y del mal (como si los Goya fueran un premio a los jóvenes valores necesitados de ayuda) pues producen un poco de rubor.
Con todo, la que para mí ha sido la mejor película del año compite en esas categorías reservadas a ‘los que empiezan’. Me refiero a ‘Tres días con la familia’, de Mar Coll, candidata a la mejor dirección novel y a la mejor actriz revelación (Nausicaa Bonnín). La película es una joya que ha pasado mucho más inadvertida de lo que su calidad merece. No hace falta a esperar a que esta joven directora madure en el oficio, pues su trabajo exhala una madurez y una seguridad que ya quisiéramos ver en muchos consagrados. Cine excelente del que parece que tiene que pedir permiso para permanecer en las carteleras pero que no debería ser tan invisible para los académicos, que se han portado con ella como padres condescendientes. Cine reposado, que nos habla de la mejor tradición europea.
Y otra cosa chocante: la candidatura de Soledad Villamil como mejor actriz revelación. ?Revelación? Pero ?es que los académicos no han visto aquí el cine de Campanella, por mencionar sólo a uno de los directores que han sabido sacar lo mejor de ella? En fin… Los Goya. Ya se sabe.
(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla. Sección ‘Días nublados’, del 11 de febrero del 2010)