Entre los telediarios –con su carga de desastres naturales y de los otros, y su vocación de altavoces de la pelea y la mediocridad política– y los programas de debate basura, cotilleos y enaltecimiento disperso del cutrerío patrio, hay pequeñas islas escondidas en el bosque de la parrilla televisiva, milagrosamente salvadas por fieles seguidores que encuentran –sobre todo en el reducto de la cadena pública– un clavo ardiendo al que agarrarse.
Una de esas islas flotantes en el proceloso mar de la vulgaridad está en La 2, y acaba de cumplir tres mil programas. Tres mil días saliendo al aire sin aspavientos, con un presupuesto mínimo, con un horario complicado, muy lejano por supuesto de los lugares estrella. Muchos habrán adivinado ya que estoy hablando de ‘Saber y ganar’, un concurso cuyo título es ya un manifiesto de intenciones que da idea de su originalidad: aquí gana el que más sabe, no el que más grita, ni el que más provoca o insulta, ni el que más memeces dice, aquí funciona el que sabe en qué época de la historia de la humanidad se construyó el Acueducto de Segovia, o las pirámides de Egipto.
Un programa raro, ya digo, presentado por un ser creado para comunicar, como es Jordi Hurtado, donde unos concursantes también raros –no quieren ser famosos, no van a contar su vida ni la de sus vecinos– miden sus conocimientos sobre las más variadas materias y, de paso que se divierten y divierten al espectador –doy fe: el concurso es entretenido y, como siempre ocurre con esta fórmula vieja como la televisión, sirve para que cada cual mida el estado de su cultura general– se ganan un dinerito, no mucho tampoco, cantidades ridículas si se comparan con lo que se gana en otros concursos donde lo que se mide no es el saber sino, como mucho, la suerte del que apuesta. Algunos concursantes logran sus propios récords de permanencia (porque el mejor de cada día repite) y acceden al estatus de ‘magnífico’. ¡Qué raro! Los magníficos son una especie de sabios… Ya quedan pocos lugares donde la sabiduría, aunque sea pequeñita y accesible sea magnífica. Ahora lo normal es presumir de ignorancia.
El programa tiene audiencia, me consta. Aunque sea una audiencia modesta, que nunca es objeto de titulares (ahora con los tres mil programas hasta ha salido en el telediario) y que nunca compite (tampoco es su hora) con las grandes audiencias del fútbol, la tele-realidad y las miniseries que aprovechan el tirón de algún famoso para contar su vida.
Está ahí, impertérrito (salvo por algunos cambios de horario) desde el 17 de febrero de 1997 y se ha ganado (vale, esto no es muy difícil, un espacio en la wikipedia). Hemos visto madurar a sus presentadores (con Jordi están desde el principio Juanjo Cardenal y Pilar Vázquez) delante de un decorado que cambia poco, tan sencillo que parece una llamada al ascetismo.
Permanece como un ejemplo de que otras formas de hacer televisión son posibles. En este tiempo se han sucedido gobiernos, directivos del Ente y han surgido en ésta y otras cadenas programas que han tenido una muerte súbita a pesar del ruido publicitario. ¡Que cumpla otros tres mil!
(Publicado en la ediciónimpresa de El Norte de Castilla el 22 de abril del 2010. Columna de opinión: Días nublados)