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Surreal, rebelde y moderna

Hay un cuadro de Delhy Tejero titulado ‘Rabina meditando’ en el que una de sus famosas brujas, que bien podrían hacer para ella el papel de hadas, aparece en actitud pensativa en medio de su bola de cristal. Es un cuadro misterioso perteneciente a esa etapa onírica que acerca a Delhy Tejero al surrealismo y al mundo de la infancia, fechado en la década de los treinta, que tiene algo o mucho de inquietante y que pone en contacto a la pintora zamorana con el mundo de Remedios Varo y de Ángeles Santos.
Tres mujeres que comparten en cierta medida un destino similar. No sería necesario saber que se conocieron, que incluso fueron amigas, para vislumbrar sus conexiones vitales y artísticas con sólo asomarse a su pintura. Mujeres independientes, mujeres distintas, mujeres artistas en un tiempo que había que pagar altos precios por sólo una de esas condiciones, de entrada, por el común denominador de ser mujer. Artistas que se acercaron, cada una con su propia lectura, a las vanguardias antes de que el silencio cayera también de forma distinta pero no distante sobre las tres. La exposición que desde el jueves está instalada en las salas del Teatro Calderón de Valladolid nos descubre a esta pintora nacida en Toro en 1904 y fallecida en Madrid en 1968, tras una vida errante tanto física como artísticamente. Como afirma el comisario de la exposición José Marín-Medina en el interesante y completo catálogo de la muestra, su obra es un diálogo constante «entre representación y abstracción» y en ella se pueden rastrear etapas cercanas al surrealismo, la abstracción geométrica, la figuración, el cubismo sintético, el art déco (sobre todo en su trabajo como ilustradora) y, al final de su carrera, la abstracción matérica. Tejero se interesó también por la pintura mural (estudió esta disciplina en Bruselas y Florencia) y algunos de sus bocetos para distintos edificios públicos se muestran también en esta antológica.
Conviene ir despacio y sin prejuicios por la obra de una artista para la que hay que reivindicar el lugar que merece en la historia artística española del siglo XX y cuya carrera, como la de tantos otros, se vio afectada por la guerra, pero sobre todo por el franquismo. La muestra invitaa descubrir su personalidad compleja, acercarse a sus miedos y obsesiones, a su solitario ir y venir por el mundo. A conocer sus diarios, esos ‘cuadernines’, como ella los llamaba, que la acompañaron durante toda su vida y que fueron tan bellamente editados por la Diputación de Zamora. A acercarse a sus preocupaciones religiosas que la relacionan con otra mujer ‘rebelde’ de su época, Carmen Laforet, con la que también tuvo contacto. Cuenta la sobrina de la pintora, María Dolores Vila Tejero –que junto a su hermano Javier custodia la obra y el archivo de la artista– que fue en el estudio de su tía en la plaza del Callao de Madrid (estudio reproducido por cierto en un pequeño cuadro de la exposición) donde la autora de ‘Nada’ contó en presencia también de la tenista Lili Álvarez, su conversión religiosa. Todas ellas mujeres demasiado modernas para su época. Demasiado poco conformistas en una sociedad estrecha y asfixiante. En el conjunto de su obra se reflejarían todas esas turbulencias, aunque tomada parte a parte parezca casi pacífica. En sus cuadros pesa casi con la misma fuerza el tirón de la tradición y los nuevos aires de las vanguardias, su origen castellano (en tipos y paisajes) y su conocimiento de lo que estaba pasando en el exterior (en la mítica exposición universal de París de 1937 conoció a Picasso). «Ahora soy la que soy –diría en una entrevista a modo de explicación–. Una constante renovación. Se es artista en cada momento».
Supo desde niña que ese sería su destino. Y lo cumplió.

(Artículo publicado en el suplemento literario ‘La sombra del ciprés’ del 5 de junio del 2010 apropósito de la exposición sobre Delhy Tejero en el Teatro Calderón de Valladolid)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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