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Un fotoperiodista

En La Alhóndiga de Segovia y en La Casa del Siglo XV se expone estos días una pequeña parte del legado del fotógrafo Fernando Peñalosa, cuando se cumple un año de su muerte. Son unas mil fotografías, entresacadas de las 300.000 que componen su trayectoria, en una muestra que ha comisariado Carlos Muñoz de Pablos y en la que han trabajado sus amigos. Sin duda, es una de las posibles exposiciones que, con tan amplio material, se podrían haber hecho y abre la puerta a más detenidas revisiones de su obra, cosa que será posible ahora que la Filmoteca de Castilla y León se encargará de la custodia de este legado por deseo de la familia.
Los que no conocieron a Fernando tienen en esta muestra alguna que otra imagen suya, la del cartel, medio escondido detrás del objetivo que es como los fotógrafos asisten a los acontecimientos de la vida; la del afiche de la entrada, subido a su moto; la que ocupa un balcón de la Calle Real, y produce vértigo porque parece que efectivamente está asomado a la plaza de San Martín. Pero yo me quedo con las que le muestran mirando a cámara, con esa sonrisa franca, libre de peajes, que siempre te hacía sentir a gusto.


Así era Fernando: un ser humano libre de peajes. Peñalosa, ‘El Colilla’, está ligado a mis comienzos como periodista en ‘El Adelantado de Segovia’, periódico al que se mantuvo fiel toda su vida. Fuimos juntos, cuando yo era una recién licenciada en prácticas con mucho entusiasmo y pocas certezas, a cubrir noticias de todo pelaje. El ya era un fotoperiodista avezado –aunque entonces no se llamaba así a los que practican un oficio que cambia en tecnología pero que no debería cambiar en esencia– y yo carne fácil de algún gesto de superioridad a los que las chicas que empezábamos entonces debíamos acostumbrarnos pronto. Lejos de eso, fui testigo de esa generosidad que todos recuerdan como uno de los rasgos principales de su carácter. Jamás tuvo la tentación de mostrar que estaba de vuelta en un camino que para mí empezaba. Le recuerdo siempre dispuesto a ayudar. Nunca he conocido a nadie menos ‘trepa’ que él. Menos estrella. Sabía que su lugar estaba detrás de la cámara. ¡Qué lección!
En todas estas fotos hay un estilo. Su forma de dejar constancia de la noticia. Irónico y divertido, oportuno. Serio cuando había que serlo. Su aparente calma y su bondad no eran ñoñería o desconocimiento. Decía una de sus frases inesperadas en ese tono bajo que solía emplear y tenías que soltar la carcajada porque eran un afilado bisturí en el centro del significado.
Sí. Fernando Peñalosa está en esas fotos. Las miro y veo que llevan pegadas un pequeño relato. Todas juntas son un trocito de la historia de una ciudad y de sus personajes anónimos y públicos, es un trocito de la vida de este país (el capítulo de la Transición podría haber sido fotografiado en cualquier ciudad de España) y es un trocito de la historia de una familia (las fotos familiares muestran que detrás de la sorna había ternura) y en muchas podemos reconocernos varias generaciones de habitantes de estas tierras. Para todos son un testimonio. El de un testigo de los hechos. En eso consiste un oficio que él ayudó a dignificar.

(En la foto de Antonio Tanarro, una imagen de Fernando Peñalosa en una balcón de la plaza de San Martín en Segovia)

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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