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Ser mujer…

En un país asolado por la guerra y la intolerancia una niña de diez años se juega el físico cada mañana para ir a la escuela. En su país son frecuentes los ataques a las escuelas que se atreven a formar a las niñas, una cuestión que se considera un peligro para la sociedad, un sacrilegio para las costumbres y la religión, además de una pérdida de tiempo. Muy cerca, en otro país, una niña parecida, de la misma edad y la misma mirada profunda y la misma delgadez que evidencia su desnutrición, no tiene que jugarse el físico para ir a la escuela, porque la escuela es un concepto que no entra en su vida. Su hábitat es la calle y el abuso sexual es su destino. Será carne de prostitución o será casada a la fuerza y será madre en plena adolescencia y puede que en ese intento se deje la vida. En otro continente una mujer de piel oscura duda entre dar el pecho a su hijo recién nacido, con lo cual le transmitirá una condena a muerte llamada sida, que a ella le contagiaron por falta de información y medios para evitarlo, o darle agua contaminada con lo cual morirá de disentería.
Porque ser pobre entre los más pobres no solo depende del lugar del planeta en el que te ha tocado vivir o de la raza que te adjudicó la naturaleza, sino también del sexo con el que vienes al mundo y que puede incluso que determine que ni siquiera llegues a él, pues en otro país no muy lejano a los ya descritos, un país que escala puestos como potencia mundial, los fetos son examinados y los de futuras niñas sometidos a abortos. Nadie quiere más ciudadanas de segunda clase.
Esto no es una película truculenta ni el guión sacado de una mente enferma. Esta es la realidad que queda patente en los informes de la ONU que han manejado los líderes mundiales en la cumbre sobre la pobreza, clausurada ayer en Nueva York. Los 40.000 millones de dólares comprometidos para un fondo que mejorará la salud de mujeres y niños en todo el planeta suenan de momento a música celestial. Así sonaban los objetivos del milenio y la situación siempre parece dar la razón a los escépticos.
Y es que los informes son tozudamente oscuros. La memoria de la fiscalía hecha pública en España en el comienzo del año judicial habla de un aumento en los delitos encuadrados en el rótulo ‘violencia de género’ porque también en el ‘primer mundo’ tenemos lo nuestro. Y cuando se habla de pobreza, que aquí también existe, las que encabezan el ‘ranking’ son mujeres en la tercera edad. Ser mujer es todavía un asunto complicado en todo el planeta y el machismo, ese feo asunto que huele a rancio y tantas veces a sangre y a desidia, se disfraza también de inteligencia y progresía y ataca sutilmente tratando de avergonzar a mujeres que simplemente cumplen su trabajo en la primera línea de decisión, ese sacrosanto lugar reservado hasta ahora a los hombres. Que se lo digan si no a las ministras del Gobierno español o a la comisaria Reding.
Uff! Me voy encendiendo a medida que escribo este artículo. Para calmarme miro a las modelos del diseñador Juan Duyos en la Pasarela Cibeles, con sus arrugas y sus años, y su esplendorosa belleza. Desde aquí le mando un beso. Seguro que le han dado muchos.

(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla en la columna de opinión ‘Días nublados’ del jueves 23 de septiembre de 2010)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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