Desde que sé que están amenazados los miro de otra manera. Aún los quiero más. Siempre han sido fundamentales en mi vida, y siempre me ha costado mucho desprenderme de ellos. Soy avara, lo reconozco. No suelo prestarlos y cuando lo hago (en escasas ocasiones y a gente que promete su devolución y de la que me fío, o sea, amigos) me despido de ellos pensando si los volveré a ver. Lo peor de todo es que empiezo a tener nostalgia de los que sucumbieron a mis malas mañas de cuando era niña. Recuerdo una edición preciosa de ‘Alicia en el país de las maravillas’ completamente ajada y a la que había intentado reparar las heridas con tiritas. El aspecto del libro era lamentable y supongo que alguien de mi casa debió tirar a la basura aquel ejemplar ‘churretoso’ y yo ahora pienso que es la mejor edición de la obra de Lewis Carrol que tuve jamás, nada comparable a las que adquirí después.
Esta mañana he entrado en una librería justo cuando un camión descargaba las cajas de novedades. Me he paseado entre las estanterías haciendo que buscaba un libro pero en realidad me quedaba con las ganas de pedirles a los empleados que me dejaran abrir las cajas, cotillear entre las novedades, oler las páginas de los volúmenes recién salidos de la imprenta… Habría pasado la mañana feliz pero tenía que marcharme. He preguntado por lo que buscaba y me he ido con la mitad de mis deseos cumplidos.
La librería, grande, estaba casi vacía. He pensado en todos esos libros que me producen ansiedad: ¡veo tantas cosas que me gustaría leer! ¡Hay tanto que seleccionar!, y pienso en si tendrán comprador o acabarán en el montón de las devoluciones. Cuando he llegado al periódico me he topado con la respuesta. Una noticia afirma que la crisis ha llegado por fin al sector. Hasta ahora ni los editores ni los libreros, acostumbrados a sobrevivir, a planificar estrategias, a capear el temporal, se habían quejado demasiado, sus negocios parecían tener una mala salud de hierro. Pero el tiempo de la prórroga se ha terminado, el volumen de ventas ha bajado un 10% y las devoluciones alcanzan récords.
Vivimos tiempos de zozobra. Los cambios no son malos, lo malo es no saber a dónde conducen. En esto se dan palos de ciego. Mientras el ebook empieza a asomar tímidamente –o no tan tímidamente– y mientras nos acostumbramos a leer en un cacharro que no huele, que es frío y en el que no podemos subrayar (o sí pero no es lo mismo) se siguen editando toneladas de maravillosos libros en papel. Y otros muchos también prescindibles, aunque en este caso habría que decir para quién. A mi mesa llegan novedades y novedades y de muchos merecería la pena hablar. También aquí es doloroso seleccionar. Un mundo raro y contradictorio el que nos ha tocado vivir.
Ahora que lo pienso, quien esté leyendo esto me comprenderá porque en algún momento habrá sentido algo parecido. Pero ¿cuánto tiempo queda para que esto se entienda? Porque el problema no es el soporte, el problema es la falta de lectura, la falta de conocimiento, el olvido de las bases en las que se asienta nuestra cultura.
(Publicado en la columna de opinión Días nublados de la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 11 de noviembre de 2010)