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Premio a una niña asombrada

A los escritores que vivieron la guerra y la posguerra en su niñez se les llama la generación de los ‘niños asombrados’. Ana María Matute fue una de ellos. Escribió su primer cuento a los 15 años, lo publicó a los 17 y ya no dejó el oficio de nombrar que es como Octavio Paz llamaba al oficio de escribir. El asombro es una de las condiciones ‘sine qua non’ de la escritura y el conservar dentro de sí algo del niño que se fue es la otra. La Matute, como a ella le gusta llamarse, conserva ambas. Sí, el premio Cervantes ha sido esta vez para una mujer. Sí, ha llegado por fin el tercer galardón para una escritora (tras María Zambrano y Dulce María Loynaz) y ya se habla de ello en las reacciones al premio que leo en las agencias de noticias de los compañeros escritores. Que si ya era hora, que si era una oportunidad que no podía perderse, que si en ella se premia a todas las escritoras (espero que no, porque entonces tendrán que pasar décadas hasta la siguiente). Inevitable. Quizá llegue un día en que esa invisibilidad de las mujeres a la hora de que se les reconozcan los méritos en igualdad de condiciones a las que se refería ayer Soledad Puértolas sea un recuerdo. Pero todavía no.
Me acordé de Soledad Puértolas cuando oí la noticia cantada del premio. Ahora serán compañeras en la RAE, pero antes fueron compañeras en otra situación que en muchas ocasiones va también unida a la escritura. Me refiero a que ambas pasaron una enfermedad de niñas. El aislamiento y la inmovilidad a la que les obligaron las circunstancias les condujo por el camino de la lectura y encendió la mecha de su fantasía, su necesidad de contar historias.
Ana María Matute pasó del realismo que practicaron los escritores de su generación a bailar con la fantasía, algo que en la literatura española no es muy frecuente y que ha jugado en su contra, en cuanto a reconocimientos se refiere, encasillando a veces injustamente su obra en el capítulo de la literatura infantil y juvenil (cosa que por otra parte tampoco es un demérito porque también la ha practicado a conciencia).
25 años de silencio por una depresión, cuando las cosas en su vida parecían enderezarse, y el hecho de que siempre fuera por libre tampoco favorecían que se hiciera visible en la línea de salida. Pero entonces llegó ‘Olvidado Rey Gudú’ el libro que venía soñando tanto tiempo y la Matute se hizo presente de nuevo. «Vuelve a emerger desde los abismos, preciosa, inteligente y única», escribió entonces Rosa Montero para quien la autora de ‘Paraíso inhabitado’ es un hada. Recientemente hablé de ella con Gustavo Martín Garzo porque el escritor vallisoletano le ha dedicado su última novela. «A Ana María Matute que tiene un ala de cisne», dice la dedicatoria. Para Garzo, la Matute «es al a vez una niña candorosa y perversa como la protagonista de sus cuentos». Una mezcla de candor y locura que también son ingredientes básicos en una buena receta literaria. Me alegro mucho por ella.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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