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Les traigo unos apapachos

Traigo la maleta llena de apapachos, tal como prometió la directora de la Fil cuando se presentó en Valladolid la presencia de Castilla y León. Traigo en el oído la música de mi idioma cantado en otro son y no sé si voy a volver acostumbrarme a que me digan «firme aquí» en lugar de «¿me regalaría su nombre?» o que me pidan sin más ceremonia el dinero de la cuenta en lugar de pedirme disculpas porque van a molestarme con la cuenta. Traigo escritas en una libreta un titipuchal de expresiones en el español de México pero al menos ahora podré utilizar sin sonrojarme el verbo coger y no pensaré todo el tiempo en que mis modales, por más que me esfuerce en que resulten amables, pueden sonar ásperos con mi acento. Es bueno comprobar in situ que tenemos un idioma común y muchas maneras de hablarlo y de que esa riqueza también es parte de nuestro patrimonio. Patrimonio inmaterial de la humanidad hispana esa forma de pedir a los fieles en una iglesia que no pisen los reclinatorios (‘favor de no pisar donde se hinca’) o de preguntarte si vas a querer el recibo («¿piensa ocupar el ticket»?) y por supuesto de ahora en adelante procuraré ser buena ciudadana para cumplir con lo que me pide el cartel en la calle: ‘Favor de no pisar el pasto’. Andaba así con una libreta escribiendo a cada paso las nuevas maneras de entendernos cuando alguien me habló del Diccionario de Mexicanismos, un tesoro que amenazaba con convertirse en el ‘best seller’ de la Feria del Libro de Guadalajara.
Resultó padre este contacto con un español que a menudo tenía que traducir mentalmente con cara de idiota y abusando de la paciencia de mi interlocutor. Pero como en esos países en los que un cierto (o incluso enorme) caos parece presidir la vida cotidiana, donde las reglas se saltan a menudo cuando existen, el tiempo también parece tener otra medida. Así que espero haber traído también en la maleta la capacidad de pensar que las cosas pueden salir adelante sin mi habitual ansiedad.
Está bien recibir lecciones de humildad. Cuando desde esta orilla, con nuestro marchamo de europeos, tendemos a dar la espalda al lugar donde plantamos tanto y del que parece que no nos interesa nada y miramos de reojo lo que dejamos allá, estamos siendo los más miopes del universo. Tremenda lección de organizar un ‘evento’ cultural de las dimensiones de la Feria que ha sido mi monotema vital en estos días la que da Nubia Macías y su equipo (la broma que dicen en México es que ese gigante funciona porque de las 50 personas que componen el equipo fijo de la Feria, 46 son mujeres). Y tremenda reflexión para la delegación de aquí que supo estar a la altura de las circunstancias (dejando a un lado las críticas que cada cual pueda hacer a los contenidos pues nunca lloverá a gusto de todos): cuando se tiene un objetivo común y se pone por medio esfuerzo e inversión las cosas se sacan adelante. No hay nada peor que intentar conservar la miseria. Pero estas son reflexiones que necesitan más reposo y tiempo y unas horas más de sueño para poder ponerlas negro sobre blanco.
De momento sigo deshaciendo la maleta y encuentro un cielo infinitamente estrellado que me decía que había empezado la vuelta a casa y un amanecer increíble que me decía que estaba llegando. Prometo mirarlos con más frecuencia.

(Publicado en la columna de opinión Días nublados en la edición impresa de El Norte de Castilla del 9 de diciembre del 2010)

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fil, mexico

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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