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Urdiales y el valor

En Granada, su Granada, sí hubo un teatro para despedirle. En Valladolid, su Valladolid, no lo hubo. Hablo de dos artistas que se fueron con horas de distancia, quiero pensar que al mismo lugar: al que vayan los artistas cabales que han cumplido con su oficio con sinceridad y entrega. Hablo de Enrique Morente y de Fernando Urdiales. El primero ha tenido una despedida como se merecen los grandes y su ciudad, la de los gitanos del Albaicín que lloran su pérdida y la de todos cuantos le admiraban, ha podido decirle adiós en un escenario, que es donde se despide a los artistas. A Fernando Urdiales sus compañeros, amigos y admiradores le despidieron en el tanatorio. Fue igual de cálido, pero tenía un lado injusto esa despedida. Y lo digo.


Urdiales pertenecía a esa raza de seres afortunados que descubren su verdadera vocación y ya nada les aparta del camino. Ni las dificultades económicas, ni la incomprensión, ni la enfermedad. Las últimas veces que hablé con él, consciente de su situación y de que nada se les había regalado nunca, su principal preocupación era el futuro de su compañía. Ese Teatro Corsario que, convendría tenerlo presente, llevó el nombre de Valladolid no ya por España sino por muchos países del exterior. Siendo como es éste (el de la promoción turística y el de la proyección exterior de la marca de una ciudad y de una autonomía) el único argumento que de verdad entienden nuestros gobernantes cuando se trata de invertir en cultura, me chirría aún mucho más la actitud cicatera, vergonzante, absurda del equipo de gobierno municipal negándole el salón de los espejos del Teatro Calderón para la despedida. No ya el escenario, que hubiera sido lo suyo. Y señalo así al ‘equipo de gobierno’ por no personalizar, porque cuando un gobernante se equivoca los que forman parte de su equipo (si es que de verdad existe) deben estar al quite: recordarle que no gobierna para sus adeptos, para sus votantes, sino para toda la ciudadanía a la que representa. ¡Qué sonrojo ante las excusas que impidieron que recibiera el homenaje de la ciudad en el momento oportuno!
Tampoco reaccionaron otras instituciones, incluso las que en vida le premiaron, que aquí en seguida tiramos de competencias y no queremos molestar al vecino no sea que nos pase factura. ¡Qué pobreza! Yo que tanto he criticado desde esta columna la actitud para mi gusto demasiado victimista en ocasiones de la profesión teatral, me doy cuenta de que para mucha gente siguen siendo como ciudadanos de segunda, o gente a ningunear dado su natural rechazo a las complacencias con el poder.
Una vez más la ciudad da un penoso espectáculo ante sí misma. ¿De verdad es lo que nos merecemos? Creo que no. Pero nadie cercano a quienes tienen la responsabilidad de estar a la altura de los acontecimientos parece dispuesto a aconsejarles cuando se trata de llevarles la contraria no sea que peligren sus puestos.
Pero ¡qué hago! Esta columna quería ser un homenaje personalizado en Fernando Urdiales a cuantos como él, como Morente, honran el regalo que les hizo la vida: descubrir su camino y andarlo con valor.

(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados de la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 16 de diciembre de 2010)
(La foto de Daniel Mordzinsky muestra a Fernando Urdiales en la Universidad de la Sorbona en París, donde participó en un curso de Lengua Española en 2007)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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