Encarnaba otra manera de hacer política. Una forma de entender lo público que iba más allá de los intereses de partido, del estrecho y miope ‘cortoplacismo’ que aqueja a la administración hoy en día. Enrique Tierno Galván fue un personaje irrepetible, tanto que, vistas desde la perspectiva de hoy, resultan increíbles las imágenes de su entierro, con ese millón de personas que se echaron a las calles de Madrid para despedirle y en las que había –me consta– muchas personas llegadas desde otros puntos de España. Quiero pensar que no me traiciona esa memoria que nos hace ver el pasado como un mundo mejor y que de verdad Madrid cambió con su mandato. Al menos en una cosa: la ciudad, o una gran parte de ella, estaba orgullosa de su alcalde, una figura que hasta entonces había sido una sombra difusa y desconocida, tan solo mencionable y para mal cuando las obras públicas duraban demasiado o brillaban por su ausencia.
El autor de ‘Democracia, socialismo y libertad’ era una persona dialogante y persuasiva. Culta. Un humanista como se recordaba ayer en el homenaje que sirvió para presentar sus obras completas. (Hoy en día es casi impensable que se puedan publicar las obras completas de alguno de nuestros políticos en activo).
Y ese homenaje me hizo recordar los tiempos en que empezaba en este oficio. No hace mucho me encontré casualmente con un ex cargo público con el que me relacioné en esos momentos. Tras un saludo muy afectuoso me presentó a la persona que le acompañaba con toda clase de elogios, a los que añadió con una sonrisa cómplice «y eso a pesar de que ella me ponía verde siempre en sus artículos». Y tenía razón. Le había criticado mucho su gestión, pero eso no impidió que entre nosotros se mantuviera siempre una corriente de simpatía. Creo que tenía claro que en mis críticas, que se mantenían en el estricto ámbito de lo profesional, no había nada personal. Vamos, que entendía que a mí hacerlas y a él aceptarlas nos iba en el sueldo. «Eso ahora es prácticamente impensable», le dije añorando un tiempo en el que los políticos podían aceptar una crítica con educación y sin que eso supusiera un cataclismo o la retirada del saludo.
Quizá se debía a que, antes que políticos, estos hombres de los que hablo (mujeres había pocas todavía) eran profesores, empresarios, funcionarios de la Administración, gente con una vida más allá de los partidos y un sentido de la política como un servicio temporal.
Insisto, no quiero caer en maniqueísmos ni abrillantar el pasado. Desgraciadamente ni la corrupción, ni la crispación, ni la mediocridad son inventos de ahora mismo. Pero recuerdo un ambiente general distinto y a ese clima, con sus luces y sus sombras, contribuían gentes como Enrique Tierno Galván, el mejor alcalde que ha tenido Madrid cuando Madrid era un poco más la capital de todos. Ahí están las imágenes de su entierro para corroborarlo. Y aquí está mi pequeño homenaje a aquel viejo profesor que tanto nos enseñó.
(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’ en la edición impresa de El Norte de Castilla el 20 de enero de 2011)