Lo traigo aquí para detenerle. Para que su paso por los medios de comunicación no sea una breve referencia: una foto con ministra y autoridades, una breve conversación minutada en el telediario. Lo traigo aquí para extender un poco su estela y que algo de su palabra se nos quede en letra impresa como recordatorio de que si más gente como él ocupara más sitio en los ‘multimedia’ el mundo sería mucho más vivible. Mucho más confortable.
José Luis Sampedro, 94 lúcidos años. Me asomo a su rostro y lo estudio. Las mejillas más hundidas que hacen sobresalir aún más su mirada. Oigo su voz, algo más trabada. Veo sus manos, un puro nervio apoyado en un bastón. Pero le escucho y es el mismo de siempre. O no. Quizá un poco más sabio. Uno de los pocos humanistas que nos quedan. Vale, no quiero ser injusta. Uno de los pocos humanistas cuyo nombre reconocemos aún, cuya imagen nos es cercana porque viene de un tiempo en que todavía estos personajes tenían cabida en espacios estelares de la cultura. Cuando la cultura no era solo espectáculo.
Recibió ayer la medalla de las Artes y de las Letras. Y allí estaba irreductible. Necesitado de bastón y brazos ajenos para mantener el equilibrio pero manteniendo intacto su equilibrio mental. El que le hizo decir en unos pocos minutos de charla que una de las cosas que más le inquietaban es la indiferencia con el que ser humano está asistiendo a determinados acontecimientos dramáticos. O que una de las cosas que más le molestan de la clase política es la soberbia y la ignorancia. Irreductible Sampedro. Lo contrario del grito y la proclama, del eslogan y la pereza. Pero lo que más me impresionó de sus palabras de ayer fue la manera en que asume su muerte. «Pienso vivir lo mejor posible y morir –eso para lo que nadie nos prepara – como un acto vital, como un acto más de la vida. Eso es lo que más me importa». Defensor del pensamiento libre, ha sido fiel a sí mismo toda su vida, a lo que él quería ser. Estoy convencida de que si ha llegado a su edad en tan buen estado de salud es gracias a esa fidelidad, al sentido del humor que siempre va pegado a la inteligencia y a que, como él mismo dice, sigue siendo «aprendiz de sí mismo». El hombre que dejó su carrera de banquero por la literatura piensa que saldremos de esta crisis pero que en esa salida perderán los de siempre y advierte de que volverán más porque «lo que está enfermo es el sistema».
Agradezco esta distinción que nos ha permitido escucharle. Como agradezco a la vida que, cada vez que veo su imagen o escucho sus palabras, me acuerde de una puesta de sol en la muralla de Segovia y unas campanas que pusieron banda sonora a nuestro paseo por un lugar bellísimo y en calma. Aquella tarde, con los compañeros de la Tertulia de los Martes, disfruté de su palabra cercana y certera. Esos pequeños privilegios que a veces nos concede la vida y que defiendo de las sombras que a menudo nos cercan.
(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’ en la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 10 de marzo del 2011)