Cuando le dieron el premio Cervantes a José Jiménez Lozano, me contó en una entrevista –hablábamos de cómo el arte o la literatura debe reflejar la vida– una preciosa anécdota de Kandinsky. Contaba que el pintor ruso, cuando empezaba a jugar con la abstracción, le enseñó uno de sus cuadros a unos campesinos. Y que estos al ver la pintura que no tenía para ellos ninguna referencia, ningún código conocido, le dijeron ‘no sabemos muy bien lo que es pero parece un icono’, y que en ese momento el artista supo que no se estaba equivocando.
Me acordé de esta historia el sábado pasado en la galería Artesonado de La Granja de San Ildefonso, uno de esos lugares que parecen milagrosos en los tiempos que corren. Allí desde hace días exponen sus últimas obras, bajo el sugestivo título de ‘La luz y la paciencia’, nueve mujeres de trayectorias y lenguajes muy distintos pero todas ellas con una seria, estimulante y fructífera carrera a sus espaldas. Son: Sofía Madrigal, Sel Jiménez, Isabel Rubio, Patricia Azcárate, Mesa Esteban Drake, Eloísa Sanz, Rosa Pérez-Carasa, Pilar Insertis y Nieves Estaire. Los responsables de la galería, siempre atentos a dar algo más, invitaron a tres personas completamente ajenas al mundo del arte a hablar sobre su pintura ante un público variopinto. El ingeniero Rafael Úrculo, el biólogo Paco Heras y el escritor y especialista en el paisaje del Guadarrama Julio Vías, fueron los toreros’ que se prestaron a estrenarse en el ruedo del arte contemporáneo, compartiendo sus impresiones sobre la obra de las tres artistas que a cada uno le tocaron en suerte. Entre el público estaban –estábamos– algunos críticos oportunamente callados.
La experiencia no solo fue interesante sino que pretendía vacunar contra el miedo que algunas personas sienten, primero, a traspasar los muros de una galería o museo donde el rótulo incluya la palabra ‘contemporáneo’. Y, después, a pronunciarse sobre lo contemplado. Hubo comentarios de lo más oportuno, conexiones entre el arte, la psicología, o la ‘sociología del paisaje’ pero también se oyeron expresiones como ‘esto me gusta aunque no sé muy bien por qué’ igualmente válidas y oportunas.
Se trataba de fulminar esas barreras que a veces se levantan innecesariamente (o interesadamente) entre el arte y la vida. Y derribar tópicos como el que nos hace creer erróneamente que el arte ‘clásico’, ese que teóricamente refleja, con fidelidad a las normas de la composición y la perspectiva, la ‘realidad’ es inteligible para todos. De hecho, para un espectador de hoy, al que le falta formación y códigos que antes eran de uso común, la pintura religiosa o mitológica, por poner un ejemplo, puede resultarle mucho más críptica (aunque incluso no lo sepa) que la más arriesgada instalación de las que pueblan los grandes espacios museísticos. Menos mal que los museos se están poniendo las pilas en el aspecto pedagógico. No hay más que ver, si no salimos del ámbito de la contemporaneidad, los ciclos de carácter didáctico que organizan centros como el Musac o el Esteban Vicente. O el curso de Arte Contemporáneo del Patio Herreriano, que tanto y tan buen público tiene. Doy fe.
(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’ de la edición impresa de El Norte de Castilla el día 17 de marzo del 2011)
(En la foto, una obra de Patricia Azcárate)