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Recordando a Katy

Hoy se cumple una semana de la muerte de Katy Montes. Echando de menos su sonrisa, al menos, me decido con un poco de calma a colgar en el blog lo que escribí entonces para la edición impresa del periódico. Y algo más. Sus palabras encontradas en el catálogo ‘Los ojos que te miran’ con fotografías de mi compañera Henar Sastre. Katy escribió este poema para acompañar la foto que se incluyó en el catálogo. Sus palabras reflejan lo que fue su vida entregada:

“Tendí las manos,
y mi cuenco rebosa
de pobreza y de lágrimas.
La esperanza y la vida
ya son mías.

Tenía luz propia

Su lección fue la alegría. Parecía vivir cobijada por el recuerdo de sus hermanos ausentes. Pero tenía luz propia. Oír contar a Katy Montes cómo llegó a ser la presidenta de la Fundación Segundo y Santiago Montes era como asistir al relato de una saga marcada por la tragedia, al final de la cual te encontrabas la sonrisa en los ojos de una mujer menuda que parecía indestructible. Fragilidad y fuerza se conjugaban en sus pocos kilos y su escueta estatura. Solo se empañaba su mirada azul cuando recordaba a Santiago, a Cristina, a Segundo. Pero había que estar atenta para ver brillar las lágrimas en sus ojos porque rápidamente las trocaba en sonrisa, sin duda para no acongojar a su interlocutor. Los aniversarios eran un duro trance para ella. Los actos del veinte aniversario del asesinato de Segundo, los homenajes, la noticia de la reapertura judicial de la causa contra los asesinos de su hermano… eran noticias que recibía con una mezcla de alivio y tristeza. Era una mujer muy culta, una profesora solicitada en los ámbitos académicos de prestigio, dirigía un sinfín de tesis doctorales, pero jamás se permitió hacer alarde de sus méritos. Todas las vidas son importantes, todas las vidas tienen su propósito, pero hay vidas tan entregadas a los demás, tan generosas en sus planteamientos que parece una injusticia que se apaguen. Su obra no solo queda sino que tiene un futuro por delante. Ese futuro será su recompensa.

No será fácil sin su risa

Esta columna de hoy, aunque pueda parecer que me repito, ni puede tener –ni yo quiero que tenga– otra protagonista que ella. Katy Montes. Hablar de cualquier otro tema, por trascendente que fuera, me parecería una traición. Y por otro lado, tampoco sería capaz en estos momentos de hablar de nada. Katy, lo siento. Con lo poco que te gustaba ser protagonista y, mucho menos, ser receptora de halagos…
Pero bien pensado, ¿acaso no aparecen en los medios todos los días las mismas personas? Una y otra vez, los mismos políticos con las mismas canciones, con los mismos mensajes gastados, con los mismos increíbles discursos, los mismos famosillos sin nada importante que ofrecer… Gente sin interés a la que elevamos a categorías que no merecen. Sin embargo, la gente como Katy aparece poco en los medios. ¡Cuántos grandes hombres y extraordinarias mujeres apenas son noticia el día de su muerte! Y, sin embargo, si ellos fueran un modelo social, si su ejemplo cundiera, este mundo sería un lugar mucho más vivible. El mundo necesita urgentemente muchas ‘Katies’
La primera vez que hablé de ella y de la Fundación que presidía en esta columna fue hace ya muchos años. Yo llevaba poco tiempo en Valladolid y la Fundación ya se había convertido en un lugar que frecuentaba. Lo que dije entonces lo sigo manteniendo ahora. Decía que este lugar en el que los viernes se habla de literatura, de arte, de derechos humanos, de pensamiento, era uno de esos en los que me siento segura. Bajo la bandera de la calidad, del auténtico interés, sin el lastre y la tensión de los intereses creados que tienen otras programaciones (intereses económicos, mediáticos o una mezcla de ambos) lo que pasaba en esa casa solo en el plano cultural (porque para hablar del plano social necesitaría el doble de espacio) tenía, tiene, el sello de lo auténtico. Y en esto Katy tenía un papel determinante.
Nada más conocer su muerte me preguntaba cómo podía caber tanta fuerza en un ser de apariencia tan frágil. Y hoy con más calma me respondo. Era la fe. No sólo la fe religiosa que creo que la tenía y firme. Sino la fe en el ser humano. Esa que le hacía ver solo lo mejor en cada persona, esa que perdonaba con elegancia cuando alguien no se portaba bien con ella, la que le impedía hablar mal de los demás, y la que le hacía a ella dar lo mejor de sí misma. Y siempre desde un segundo plano.
Alguien dijo en el tanatorio que en eso de la fuerza se parecía a Santa Teresa. Y tenía mucha razón. Contra viento y marea ponía en pie sus ‘fundaciones’. Costase lo que costase. Por la fuerza que da tener un propósito. Saber que se persigue un objetivo justo. Ella lo tenía. Ella lo sabía.
Así que lo mejor será seguir su ejemplo. Ella que tuvo que enterrar a sus hermanos, uno tras otro, y que siguió adelante con la misma –o mayor fuerza– debe iluminar el camino. Lo mejor será dejar de lamentarnos y poner manos a la obra. Que todo lo que consiguió siga su trayectoria. No va a ser fácil sin ella. Sin su risa.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


abril 2011
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