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Lo que me sugiere Semprún

Como me ocurre siempre que una noticia me impacta, no puedo obviarla en esta columna. Aunque, para ser sincera, no creo ser la persona más capacitada para glosar la figura de Jorge Semprún porque, simplemente, no leí su obra lo suficiente como para hacerlo. Pero desde que el martes por la noche supe, mientras cenaba con un grupo de poetas, que había muerto, una imagen no se me quita de la cabeza. Fue en enero de 1990. Jaime Gil de Biedma acababa de morir y yo esperaba junto a un compañero a que abrieran las puertas de la iglesia de Nava de la Asunción en Segovia (donde la familia del escritor tenía la famosa casa en la que escribió ‘Diario del artista seriamente enfermo’) en la que se iba a celebrar el funeral. Solo recuerdo un frío terrible y la llegada de un coche oficial que se paró ante la iglesia y del que se bajó Jorge Semprún, acompañado por Colette, su mujer. No había nadie más en las calles desiertas. Él se quedó mirando a su alrededor con cierta perplejidad, hasta que nos ofrecimos a acompañarle a la casa del poeta. Un trayecto corto marcado por unas cuantas palabras de compromiso. Fin de mi relación con este hombre al que siempre quise conocer en profundidad y no con el estrecho margen que en este oficio suele dar una entrevista apresurada.

Anécdotas e imágenes vitales aparte, dos reflexiones más se adhieren en mi mente a la noticia. Primera, la de pensar que hubo un tiempo en este país en que un intelectual de su valía podía llegar a ser ministro de Cultura. Cumplió su etapa no exenta de críticas, de preguntas acerca de si un intelectual puede o no ser al mismo tiempo un buen gestor etc. etc. Como si los que ocupan esta cartera o sus homólogos en las comunidades autónomas fueran tan buenos gestores cuando ignoran por completo el asunto que se traen entre manos. Al menos, se movía en un terreno que conocía y a la hora de dejar el cargo mostró una dosis de dignidad que engrandeció hasta los errores del pasado. Es lo que pasa cuando una cabeza pensante está en un cargo público. Ocupó el ministerio en un momento muy intenso en el que, además del legado Dalí, la reforma de la sede de la colección Thyseen o las gestiones iniciales del Instituto Cervantes, arrastró temas tan polémicos como la Reforma de la Ley Miró.
Semprún fue seguido en el cargo por otro político de raza que tampoco hizo sonrojar el sillón que ocupó, Jordi Solé Tura. Pero echen un vistazo a la nómina que vino después a uno y otro lado del espectro político y díganme si, con honrosas y escasísimas excepciones, no es como para pensar en aquello de los tiempos pasados mejores etc.
La segunda reflexión tiene que ver casi con un gen en la forma de ser español y otro en la forma de ser francés. Mientras en Francia, país que lo acogió cuando aquí no encontraba más que trabas o peligros, se vuelca en su memoria con es olfato de los franceses para la ‘grandeur’, en España ya estoy echando de menos un poco de intensidad en los testimonios. Se ve que aquí nos sobran gentes de su talla.

(Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’, el 9 de junio de 2011)
(La fotografía de Jorge Semprún es de Alberto Morante)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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