Leonora Carrington murió el pasado 25 de mayo en México DF tan silenciosamente como vivió la última parte de su vida. Su muerte apenas dejó rastro en los medios de comunicación españoles, a pesar de su relevancia como artista. En México donde se estableció tras escapar de Europa en plena Guerra Mundial le han llorado sus hijos, sus amigos y la escritora Elena Poniatowska, responsable de que su nombre volviera a estar de actualidad al menos en el mundo que habla español. Su novela ‘Leonora’, que recrea la intensa y apasionada vida de quien durante unos años fuera pareja de otro grande de la vanguardia artística del siglo XX, Max Ernst, ganó el premio Biblioteca Breve en febrero pasado y vio la luz apenas dos meses antes de la muerte de su protagonista. La última superviviente del movimiento surrealista, que tenía 94 años, ha muerto, si creemos lo que ella misma anunció cuando el libro se presentó en México, sin leerlo. Mantenía así, hasta el final su espíritu rebelde, su voluntad de retiro, de no posar su mirada en el ruido externo que el libro pudiera sembrar en torno a ella.
A pesar de su azarosa existencia, de la importancia de su obra pictórica y escultórica, de ser autora de una estimable aunque breve obra literaria, Leonora Carrington ha sido y en cierta medida es, como otras mujeres adscritas al movimiento surrealista (Remedios Varo y de alguna manera también Ángeles Santos, entre otras), un mito algo fantasmagórico. Conocidas y apreciadas por una minoría, por un grupo de gente adicta casi como una secta. Pero la belleza, la fuerza y la rebeldía de esta mujer, de imaginación desbordante, eran mucho más que un mito. Era por tanto difícil escribir una novela sobre alguien cuya vida tenía en sí misma tantos elementos que superaban con creces la ficción. En realidad casi no hacía falta hacerlo, habría bastado con contar uno tras otro los acontecimientos de su existencia. O simplemente dejarla hablar. Y eso hizo Poniatowska durante mucho tiempo.
Ambas se conocieron hace cincuenta años cuando la autora del libro trabajaba como periodista y consiguió vencer su resistencia a las entrevistas. La entrevistó varias veces a lo largo de los años.
Con todo, el resultado de esta larga historia n es lo más logrado que ha escrito la autora de ‘Hasta no verte, Jesús mío’, quizá porque, como ella misma confiesa, con este libro quería rendirle homenaje, quería hacer un tributo amoroso a la pintora feminista que fue también una visionaria, que denunció el daño que encerraban los fascismos y que por ello fue tachada de loca cuando aún en Europa se miraba para otro lado a la espera de acontecimientos. Y es que en ocasiones la admiración y el cariño pueden atenazar la pluma.
No era la primera vez que Poniatowska se fijaba en un artista para poner en clave de ficción un parte de su biografía. Lo había hecho en ‘Querido Diego, te abraza Quiela’. Un cuento sobre el matrimonio del pintor mexicano Diego Rivera con la pintora rusa Angelina Beloff que alcanza –como corresponde por otra parte al género– una intensidad y una prestancia lírica que se echan de menos en esta obra. Y no porque en ‘Leonora’ no haya momentos de alto voltaje pero son difíciles de mantener, en parte también por la gran cantidad de información que maneja sobre su personaje.
Pero ‘Leonora’ merece la lectura. Lo merece el personaje que protagoniza con su voz y su mirada casi en exclusiva las 500 páginas del relato. Por él discurre la infancia rebelde de la niña que se creía un caballo; la vida en el sur de Francia con Max Ernst, sus crisis tras la detención de su compañero por los nazis, los durísimos días del manicomio de Santander, el exilio primero en Nueva York y más tarde en México… El rastro deslumbrante de una mujer aún por estudiar y conocer que, como otras mujeres de su generación vivió a la sombra de sus compañeros en ese segundo plano que su muerte (silenciosa) ha vuelto a revelar.