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Seminci 2ª

 

ESTUPENDO CINE COMPROMETIDO

Al eterno debate de si el arte, la literatura, el cine o el teatro han de ser comprometidos responden, sin necesidad de mayores teorías, los libros, las películas o las obras de teatro. ¿Quién no ha visto una película cargada de buenas intenciones que actuaban como un misil en su línea de flotación? Aquí hemos visto naufragar unas cuantas. ¿Y quién no recuerda alguna película comprometida solo con el cine mismo que es, quizá por eso, una obra maestra? Muchas, también. Ayer la Sección Oficial nos deparó un ejemplo del mejor y más comprometido cine. Vino de la mano del director canadiense Philippe Falardeau, que hace con ‘Monsieur Lazhar’ un canto a la enseñanza, al verdadero compromiso del maestro con sus alumnos frente a la rigidez de sistemas basados en lo políticamente correcto, cuando no en la más directa hipocresía; a la necesidad de mirar de frente los problemas en lugar de evitarlos bajo la capa de lo socialmente admitido.
Falardeau, que se estrena en la Seminci pero que ya sabe lo que es salir premiado de Toronto y de la Quincena de los Realizadores de Cannes, evita la demagogia y el maniqueísmo en unos asuntos que tan fácilmente hacen caer en ellos a quienes se atreven a tocarlos. Y lo hace asumiendo riegos: el tema de la educación, tan sensible hoy en día y sobre el que pesa la hipocresía y la hiperprotección de unos niños que a menudo demuestran ser más maduros que los adultos que tienen la misión de educarlos; el de la sociedad multicultural; el de la constante violación de derechos como la libertad de expresión en países muy cercanos a los nuestros… De todos esos retos sale airoso el director, que es también el autor del ajustado guion que, una vez más, mantiene el edificio en pie.
Falardeau demuestra también ser un buen director de actores, si bien hay que decir que el autor, director y  actor Fellag, el protagonista –el inmigrante argelino que es contratado como maestro en un colegio de Montreal donde una profesora ha muerto en trágicas circunstancias– se lo pone fácil. También aquí demuestra el capitán del barco que le van los riesgos: si ya es difícil dirigir a un niño, lo es mucho más encontrar al menos tres o cuatro que mantengan el tipo en una película. Los niños de ‘Monsieur Lazhar’ son, con el maestro, la columna vertebral del filme y responden a esta misión como si de veteranos actores se tratara. Da gusto cómo la cámara se acerca a unos rostros y a unas miradas que tratan de representar carencias afectivas, padres ausentes o demasiado presentes, culpas transferidas injustamente desde el mundo de los adultos.
Sin duda, uno de los ingredientes necesarios para sostener este entramado sin que se derrumbe por alguno de sus lados es dar con la distancia justa: la distancia de la cámara y la distancia de la aproximación a los problemas, sin juzgarlos o juzgándolos lo justo. Y Falardeau lo consigue. El filme vino a elevar la temperatura del Festival (es de esos filmes que te aprietan en el corazón) y su nivel de calidad. ‘Monsieur Lazhar’ representa este año a Canadá en la carrera de los Oscars. Tras el buen sabor de boca que el año pasado dejó otra joya canadiense, ‘Incendies’, que también representó a su país en Hollywood, llega esta nueva muestra del buen cine que se está haciendo al Norte de Norteamérica.
Prueba de fuego
La mañana había comenzado con una de esas películas que vienen a ser un bálsamo cuando en los festivales se impone la crudeza. Solo que en esta ocasión se ha programado sin que al semanista de pro le haya dado tiempo a necesitar bálsamo alguno. ‘Medianeras’ es la ópera prima del director argentino Gustavo Taretto que retoma el título y el tema de su tercer cortometraje –con el que ganó decenas de premios en otros tantos certámenes internacionales– para contar la historia de dos solitarios, Martín y Mariana, destinados a encontrarse. Historia urbana ambientada en un Buenos Aires que podría ser cualquier ciudad hiperpoblada y víctima de la especulación y de la ausencia de planificación. El título hace referencia ‘a ese lado inútil de todos los edificios’ en el que algunos vecinos, aprovechando el caos, abren ilegales agujeros a la luz (tema por cierto de otro excelente filme argentino ‘El hombre de al lado’). Pero el asunto arquitectónico es la excusa para hablar de una sociedad ‘hipercomunicada’ que favorece el ‘hiperaislamiento’.
El paso del corto al primer largo suele ser la prueba de fuego para un director. Taretto la salva con solvencia. ‘Medianeras’ es una película amable en el buen sentido de la palabra (amable se suele utilizar con frecuencia como eufemismo de blando y no es el caso). Bien a favor (como sinónimo de vitalidad y buen hacer), bien en contra (como para resaltar un tipo de cine algo tramposo que busca la aquiescencia del espectador por la vía del antihéroe) se habla de ‘cine argentino’ como de una categoría. Sinceramente, me parece, tanto en un caso como en otro, una etiqueta injusta, pues aquí llega una parte muy pequeña de lo que se hace en un país que sí es cinematográficamente muy activo. Taretto se perfila como uno de sus valores de futuro.
Cosas que me gustan de la película: el que haya encontrado la estructura narrativa que mejor le cuadra a la historia. Dos monólogos entrecruzados nos ponen al día sobre los protagonistas del filme. El que haya dispuesto la cámara de forma que al espectador le llegue la atmósfera claustrofóbica en la que se mueven, a lo que contribuye también una acertada iluminación (o su ausencia) y las ajustadas interpretaciones (no por naturales menos destacables) de Pilar López de Ayala, en un registro muy distinto al que nos tiene acostumbrados, Javier Drolas y la siempre estupenda Inés Efrón a la que conocemos de filmes como ‘XXY’ de Lucía Puenzo (52 Seminci).
Hablando de buenas intenciones, ‘El perfecto desconocido’, ópera prima de Toni Bestard, está llena de ellas. También cuenta con un amplio reparto en el que figuran nombres muy solventes, como Colm Meaney, Ana Wagener o Vicky Peña. La lástima es que ni unas ni otros consigan soslayar la endeblez de un guion que lastra el filme con algunos puntos difíciles de justificar como el aislamiento idiomático de un pueblo en plena era de la comunicación global.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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