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La casa del barco

La presencia en España de la arquitecta iraquí Zaha Hadid con motivo de la exposición que le dedica en Madrid la galería Ivory Press ha devuelto a la actualidad el tema de la demolición de las obras de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, que ella diseñó. Demolición que la autora del proyecto considera «un escándalo». La presumible pertinencia de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía –que considera ilegales unas obras para las que fue necesario el cambio de uso de un espacio calificado como zona verde– no excluye una reflexión sobre lo desproporcionado de algunas decisiones, por muy ajustadas a derecho que sean. Sobre todo si entramos en comparaciones. Ni la inversión realizada hasta la fecha (dinero tirado en un momento de especial penuria económica para la Universidad) ni la propuesta de mantener lo ya construido e integrarlo en el jardín (la Biblioteca se levanta en el Prado de San Sebastián del a capital andaluza) han ablandado al Tribunal, que se ha mostrado inflexible sobre la ilegalidad de la licencia y por tanto de las obras realizadas hasta la fecha
Pero lo que ahora se derriba no deja de ser un proyecto de utilidad pública, de uso comunitario y finalidad cultural. Una biblioteca. No un megacasino como el que ya sin remedio se levantará en la periferia madrileña. No un centro comercial mastodóntico. No un banco. No. Una biblioteca.
Y me pregunto por qué los tribunales no son tan diligentes y decididos a la hora de derribar otras ilegalidades que, además de constituir en sí mismas un atentado contra el patrimonio natural, hacen daño al a vista, a la ética y a la estética públicas. Estoy pensando, como muchos habrán descubierto ya en El Algarrobico, esa mancha blanca en el paraíso del Cabo de Gata. Un macrohotel que se ha convertido en el símbolo de la destrucción de la costa española a manos de la avaricia del ladrillo.
En el pueblo en el que veraneé muchos años de mi infancia y adolescencia había una casa en lo alto de un pequeño promontorio, una pequeña península rocosa. La llamábamos la ‘casa del barco’, pues recordaba un pequeño navío sobre el mar, construido a la manera del movimiento moderno. Envidiaba a los propietarios de aquella casa, por otro lado nada ostentosa, sobre todo a la hora de las puestas de sol. Para mí era una parte más del paisaje amable de una zona muy concreta y privilegiada del levante español muy poco castigado por el afán constructor. La casa contravenía a todas luces la Ley de Costas pero era, también a todas luces, un mal muy menor. Cuando volví a ese lugar  años después, ese ínfimo atentado urbanístico y medio ambiental había sido diligentemente demolido. Mientras, kilómetros y kilómetros de destruida costa mediterránea lucen la muralla hortera e impenetrable de las colmenas de hormigón para escándalo de unos cuantos y conformidad general.
En Berlín, ha caído el centro okupa Tacheles, un símbolo de la cultura alternativa que sucumbe también a la legalidad, pese a que formaba parte ya de la vida de la ciudad incluso para los turistas que lo visitaban. Los 2.200 metros cuadrados que ‘okupa’ en un solar de 24.000 eran, al parecer, demasiado escamoteo a la posible especulación.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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