A PRÓSITO DE ‘TODO ES SILENCIO’ Y DE ‘HANNA ARENDT’
“Érase una vez en Galicia”. En una pequeña aldea de Galicia… Muchas películas han contado la historia de esas amistades infantiles y adolescentes, mezcla de amor y rivalidad, que acaban cuando la vida lleva a sus protagonistas por caminos divergentes y que incluso pueden rematarse en algún enfrentramiento más o menos trágico. La que cuentan mano a mano José Luis Cuerda y Manuel Rivas está ambientada a finales de los sesenta en Noitía, un pequeño pueblo de la costa en el que Fins, Brinco y Leda (Quim Gutiérrez, Miguel Ángel Silvestre y Celia Freijeiro) se van abriendo a la vida con el paisaje de fondo del contrabando y el control del capo Mariscal (Juan Diego) sobre vidas y haciendas. ‘Todo es silencio’, la última película del director manchego afincado en Galicia, abrió ayer la competición oficial en la Semana Internacional de Cine de Valladolid. Dos horas de proyección tras las cuales se puede asegurar que este filme, en el que hace un cameo, no quedará como uno de los más significativos en su trayectoria.
Solo en la primera parte se atisban retazos del mejor Cuerda, del que encandiló a la audiencia con ‘El bosque animado’ o ‘La lengua de las mariposas’ (en su primera colaboración con Manuel Rivas) y que dio una lección de otra forma de contar historias trufadas de humor cáustico y surrealista en ‘Amanece que no es poco’.
Es en esa primera parte en la que la historia fluye con buena cadencia. Cuerda va desvelando en pinceladas de buen cine el ambiente familiar de los dos chicos, su diferente relación con los padres, la corrupción de los llamados a cumplir las leyes… Pero todas esas buenas perspectivas (si dejamos a un lado una deficiencia clásica del cine español: la impericia a la hora de dirigir a niños) naufragan en la segunda, la parte ‘policial’ del filme, llena de tópicos y con un toque naif que se entrecruza peligrosamente con los –estos sí buscados– efectos de tinte hortera que se esperan en la vida de quien se ha enriquecido de forma rápida con el narcotráfico.
Si en el arranque del filme, aún el espectador tiene ocasión de empatar con los chavales, interesarse por sus miradas hacia el mundo, en la segunda parte queda fuera de la historia y contempla como si de un telefilme al uso se tratara una vieja historia de delincuencia, polis y jueces corruptos y amores frustrados.
En todo ese magma, Juan Diego luce con luz propia. Y nunca mejor dicho, porque vemos a un Juan Diego haciendo de sí mismo, dispuesto a tirar de un carro en el que no encuentra demasiadas complicidades. Si él es lo mejor del filme, junto con la fotografía de Hans Bürman y la dirección de arte de Félix Murcia, lo peor son las escenas eróticas, tópicas e impostadas.
Independencia
Llegó después una de esas películas que te devuelven la confianza en que no todo esté perdido en estos tiempos de superficialidad programada. La directora alemana Margarethe von Trotta ha demostrado a lo largo de su carrera que nunca ha temido a los personajes difíciles, ni cuando era actriz y la musa de Fassbinder, ni en su posterior carrera como directora. La penúltima vez que lo demostró fue en ‘Visión’, un atrayente filme sobre la no menos atrayente teóloga mística Hildegard von Bingen. Ahora se enfrenta a otra mujer de rompe y
rasga: la filósofa judío alemana Hanna Arendt.
Hay que alabar de entrada la valentía que supone poner en pie un proyecto así: una película densa (por favor, no se entienda como aburrida), llena de contenido filosófico como corresponde al personaje, con diálogos llenos de profundidad y al mismo tiempo que atiende el lado humano del personaje: su relación con su marido, antiguos amantes y amigos. Von Trotta se introduce en uno de los momentos más difíciles en la vida de Arendt cuando después de presenciar, como enviada especial de la revista ‘The New Yorker’, el juicio por crímenes contra la humanidad contra el oficial de las SS Adolf Eichmann, en lugar de hacer el consabido trabajo sobre el horror nazi, se permite hacer una reflexión sobre el mal, que se malinterpretó como una falta de piedad hacia el pueblo judío. La directora sale del reto con solvencia y mano firme.
Magnífica película y magnífica interpretación de su protagonista, Barbara Sukowa que está a al altura de uno de esos raros papeles para mujeres maduras sencillamente brillantes.