SOBRE ‘LITTLE BLACK SPIDERS’ Y ‘DÍAZ-DON’T CLEAN UP THIS BLOOD’
Cine pegado a la realidad. Cine que trata temas que son importantes para la sociedad de hoy. Eso es lo que programó la Seminci en su sesión del lunes. Películas, de entrada, interesantes para el espectador que a veces echa de menos que le cuenten lo que pasa en el mundo en el que vive. Luego los resultados pueden o no ajustarse a las expectativas. Las películas del lunes cumplieron a medias.
La primera. ‘Pequeñas arañas negras’ sería la traducción literal del título original ( ‘Little Black Spiders’), un filme de la realizadora belga Patrice Toye que en la 43 Seminci participó con ‘Rosie’ y en esta ocasión vuelve con un filme sobre niños robados. Diez adolescentes que van a ser madres viven sus últimos meses de embarazo prácticamente recluidas en una institución religiosa. No pueden ver a nadie. No pueden ser vistas. Y esa clandestinidad se debe a que al final sus niños les serán robados y dados en adopción a familias que esperan ansiosas ese momento. Futuras madres, casi niñas aún, que viven entre el miedo y el desconocimiento esa experiencia crucial sin saber (aunque alguna lo intuyen e incluso cree pensar que será un alivio) que apenas verán a sus hijos en el momento del parto. Patrice Toye narra esta dura historia intentando no recrearse en el dolor, ni en la hipocresía de las religiosas que rigen el centro clandestino situado en un ático de una institución hospitalaria. Como ya hiciera en su opera prima bucea en el mundo de la adolescencia, en sus búsquedas, miedos y sus inseguridades. Lo mejor y lo peor del filme se centran en este asunto.
En cuanto a lo mejor, Toye comienza la película con vigor. La cámara nos muestra la llegada a ese peculiar internado de Katherine, de 17 años, (una angelical y buena actriz Line Pillet). No sabe muy bien que hace ahí pero es huérfana, se ha criado en un orfanato y debe de pensar que estará ahí hasta que nazca su bebe. Desconoce por completo que su niño le será arrebatado y que el plan ha sido diseñado por el padre de la criatura, su profesor de griego, un hombre casado que piensa librarse así del problema.
Van apareciendo las otras protagonistas. Todas ellas viven en un recinto asfixiante continuamente vigiladas por una ‘hermana’ que antes vivió la misma experiencia, pero son jóvenes y encuentran la manera de inventar juegos que les hagan olvidar su situación.
El problema es que la película tiene ‘lapsus’: paréntesis esteticistas, oníricos, que demoran la narración sin aportar nada, al contrario, lastrándolo. Una lástima porque el filme acaba haciéndose pesado cuando debería interesar, siendo un tema de tan triste actualidad en nuestro país. Quizá a ese mérito y no a los estrictos valores cinematográficos se debieron los aplausos del público que asistía a la sesión matinal.
Pero aún le quedaba al espectador la prueba más dura de la mañana. ‘Díaz- Don’t clean up this blood’, cuarto largometraje de ficción del italiano Daniele Vicari. El cine denuncia ha dado ejemplos notables en la historia del séptimo arte. No es este el caso. Lo peor de contar algo realmente duro y escabroso es no aportar matices, hacerlo con trazo grueso, sin acudir a la gama de grises que tiene siempre la realidad. Porque entonces se corre el peligro de caer en la caricatura y conseguir el efecto contrario. Eso pasa.
La realidad es en este caso el asalto por parte de la policía italiana a la escuela Díaz en Génova, la medianoche de la última jornada de la cumbre del G8 que se celebró en esa ciudad en 2001, y a la que habían acudido activistas de distintos puntos de Europa para mostrar su rechazo a la política internacional. La excusa de los mandos policiales y políticos para el asalto era encontrar a los anarquistas del llamado Bloque Negro. En la Escuela se encontraban unos noventa jóvenes y algunos periodistas extranjeros que pasaban allí la noche. Y de nada sirvieron las manos en alto en señal de rendición de todos ellos, la policía se empleó a fondo en un lugar sin salidas. El resultado además de las graves heridas y la humillación fueron varios policías procesados por abuso de fuerza.
Dejando a un lado que es difícil juzgar sin haber estado allí, lo cierto es que Vicari cuenta la historia recreándose en la extrema violencia. Sin ahorrar un ápice el horror, Cuesta creer en tamaña irracionalidad policial, en tamaña brutalidad. Cuesta creer que entre los centenares de policías que participaron en la operación solo uno mostrara algo de humanidad, que el resto solo fueran máquinas de golpear, con odio y saña inexplicables. Si las imágenes son fieles a lo que pasó cuesta creer que solo hubiera un joven muerto, porque de tamaña y gratuita brutalidad (cuerpos heridos y rotos arrastrados sin motivo por las escaleras, amontonados como basura) tendrían que haber salido muchos más. Los mandos policiales que refleja Vicari de puro malos resultan ridículos. Y ese es un fallo difícil de aceptar cuando de lo que se trata es precisamente de denunciar un hecho imperdonable.
(Fotograma de ‘Little Black Spiders)