SOBRE ‘LA VIDA PRECOZ Y BREVE DE SABINA RIVAS’ Y ‘LOS CABALLOS DE DIOS’
La penúltima jornada en la competición de la Sección Oficial nos trajo de nuevo ese cine que pone el foco en los conflictos que ensombrecen el mundo de hoy. A menudo con ánimo de denuncia, como en el caso de ‘La vida precoz y breve de Sabina Rivas’. El mexicano Luis Mandoki adapta a la pantalla la novela ‘La Mara’, de Rafael Ramírez Heredia, sobre un guion de Diana Cardozo.
La película nos lleva a la frontera entre México y Guatemala donde centenares de personas llevan años muriendo ante el silencio general. Son los que intentan siquiera rozar el sueño americano, los más débiles entre los débiles, pues su viaje hacia el Norte se verá obstaculizado no ya por la falta de ‘papeles’, sino por el abuso de las autoridades de inmigración de uno y otro lado de la frontera. De nuevo, policías y cónsules corruptos, redes de narcotráfico y prostitución de menores y un elemento que pone la guinda en este panorama, las ‘maras’, esas organizaciones al margen de toda ley que no sea la que impone por la fuerza el propio grupo, una violencia al servicio unas veces de los agentes de la ley (?) y otras al de las redes del contrabando de drogas y personas, según quién sea el mejor postor.
La historia pone el foco en Sabina Rivas, apenas una jovencita de dieciséis años que sueña con ser cantante pero que de momento tiene la vida detenida: es la estrella de la noche en el prostíbulo de doña Lita. Una de esas noches se encuentra con su antiguo novio, Jovany, que en ese camino hacia la tierra prometida se ha topado con el espinoso cobijo de la mara. El filme narra el forcejeo vital de ambos jóvenes por llegar a ese paraíso, o mejor, por salir del pozo infecto en el que viven, un deseo cuyo cumplimiento cada vez se antoja más lejano.
Una vez más, las buenas intenciones y el afán por denunciar las injusticias se topan con las hechuras del cine, del arte en general. Habría que preguntarse si, cuando apremia tanto el mensaje y la verdad duele, no sería conveniente darle la salida lógica del documental. Cuando la realidad es tan potente y la denuncia tan necesaria, es bueno tomar aliento y distancia antes de intentar encauzarlas en los parámetros de la ficción. La película no fluye, en parte debido a que sus protagonistas están desdibujados y el espectador asiste impotente a la lucha a brazo partido de Sabina por defender su dignidad y a las palizas que policías y maras reparten entre los que no se conforman con la miseria, sin tener demasiados elementos en los que hacer pie.
Camino al terror
Por un momento, parecía que con la segunda película de la mañana iba a ocurrir lo mismo. ‘Los caballos de Dios’ trata el no menos candente asunto del terrorismo islamista. ¿Quiénes son esos ‘soldados’ de Allah que se inmolan por la pureza de la religión? ¿Cómo era su familia? ¿Dónde estuvieron antes de atarse a la cintura unos cuantos kilos de explosivos para saltar en mil pedazos y llevarse por delante la vida de decenas de ‘infieles’ a cambio del cielo prometido? Navil Ayouch trata de responder a estas preguntas siguiendo la vida de unos niños que se criaron en un poblado de chabolas de las afueras de Casablanca y andado el tiempo serían los anónimos detonadores del atentado múltiple del 2003 que entre otros objetivos de la ciudad marroquí se llevó por delante la Casa de España de la ciudad. Entre medias, su país vio morir a un rey, Hassan II, y el mundo vio caer las Torres Gemelas, sin que sus vidas consiguieran mejorar el horizonte de miseria o delincuencia que les estaba destinado.
Tras un dubitativo comienzo, la película se va entonando, cuaja, crece ante los ojos del que mira. Ayouch encuentra el ritmo, sus actores acaban por encontrarse cómodos en sus papeles. No es una película excepcional, incluso al final resulta un poco larga, pero cumple sus objetivos.
Hoy, última jornada de competición con el aliciente del reencuentro con Goran Paskaljevic, que trae su última película, ‘Al nacer el día’, en la que nuevamente nos encontraremos con las consecuencias del nazismo. Y el último filme de Jacques Audiard, ‘De óxido y hueso’
(Fotograma de ‘Los caballos de Dios’)