Como si fuera una señal, la Naturaleza a veces nos da un respiro. Se pone de nuestro lado y nos muestra su mejor cara. Lo pensaba el otro día cuando mis pies, acostumbrados a la dureza del asfalto o las losas de cemento (el cemento es un signo de nuestros tiempos y habría que preguntarse si esta moda no tiene un trasfondo que se nos escapa) pisaban una mullida capa de hojas caídas. Toda la acera del paseo estaba cubierta por ellas y agradecí que aún no se hubieran recogido y me permitieran esa sensación de cuidado. La madre tierra procurándome(nos) un alivio. También estético. Miré al parque cercano y el césped también estaba cubierto hasta su último palmo por ese esplendor dorado y no tuve más remedio que pararme unos minutos y agradecer esa visión. Era la visión de la Naturaleza cumpliendo su ciclo aún a pesar de nuestro maltrato (nada que ver con esa Naturaleza más presuntamente vengativa que se mostraba en ‘La Quinta Estación’ esa maravilla de película programada y premiada en la reciente Seminci que nos dejó ese regusto a buen cine que aún paladeamos).
Como las hojas, todos los otoños un grupo de personas sensibles, entre ellos muchos poetas, nos devuelven la voz de Claudio Rodríguez. Cada año, y ya van cinco, cuando llega el otoño en la Biblioteca Pública de Zamora resuenan sus versos, su palabra iluminada. Mientras ellos tengan aliento no decaerá su presencia, aún más necesaria en un mundo que hace con frecuencia de lo más prosaico su estilo de vida. Y si de presencia hablamos precisamente el tema de las jornadas de este año es la vigencia de su poesía, como ésta resuena en la voz de otros poetas, qué nos dice hoy día su paciente inspiración. Larga vida a estas jornadas y al recuerdo de Claudio.
Seguro que el autor de ‘Alianza y condena’ hubiera celebrado con alegría la concesión del premio Nacional de las Letras a Rodríguez Adrados, el tercer motivo de optimismo que encuentro hoy para dejar en esta casilla donde tantos horrores se comentan. Un guerrero de 90 años. Un batallador a favor de las lenguas clásicas.Muertas, no por el desuso en el habla cotidiana sino por su escandaloso abandono en los sistemas educativos. Nada mejor que el resumen de este luchador cuando recibió la noticia del premio:«Sin el latín y el griego se hunde el edificio educativo». Él sabe que se hunde algo más: el edificio de nuestra cultura que se apoya en la sabiduría de los clásicos. «Todo viene de Grecia», dijo también aunque a muchos hoy esto solo les suene a primas de riesgo y deuda estructural.
Quienes alguna vez hemos entrado en un aula para impartir alguna materia ‘de Letras’ (es decir, con alumnos teóricamente predispuestos hacia las Humanidades) hemos podido comprobar los estragos que el distanciamiento de nuestra base cultural está causando en el alumnado. Rodríguez Adrados no debe quedarse solo en su reivindicación.
(Publicada en mi columna semanal del jueves ‘Días Nublados)