Hay algo común en la mirada de los niños que posan ante la cámara de un fotógrafo. Da igual que sean urbanos o se hayan criado en el medio rural, que sean ricos o de familias modestas, del Norte o del Sur del planeta. Es algo franco, generoso, expectante. Mientras miran el objetivo, abiertos, sonrientes o tímidos, son puro presente. Lo pensaba mientras contemplaba las imágenes de Vanessa Winship que expone la sala municipal de San Benito de Valladolid en la primera retrospectiva de esta fotógrafa británica nacida en Barton-upon-Humber en 1940. No es una exposición de retratos, sino una reflexión sobre las cambiantes fronteras que afectan a la vida de las personas, a menudo obligadas a dejar sus hogares cuando las guerras –siempre de alguna manera fronterizas– les ponen al borde del abismo. Georgia, los Balcanes, Anatolia, son algunos de los escenarios de esta exposición en la que no falta una interpretación del sueño americano realizada durante un viaje por los Estados Unidos. Pero de todas, los retratos de los niños tienen una fuerza especial, la de sus miradas. Ese momento único en sus vidas que refleja la fotografía (como las de esas niñas turcas escolarizadas por primera vez que cruzaron nerviosas el umbral de su primer colegio) se convierte en un momento único para el espectador. No se la pierdan.