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A pesar de las sombras… de Grey

Sabemos que el cine existe, a pesar de ‘Cincuenta sombras de Grey’. La literatura también. Lo sabemos porque a veces salimos del cine con la sensación de haber vivido intensamente durante hora y media. Con la sospecha de que sabemos algo más acerca de nosotros mismos, o de que tenemos preguntas distintas sobre ese apasionante tema que es la vida, que habrá que seguir masticando; o simplemente, con la gratitud de haber sido ‘entretenidos’ a base de inteligencia y talento. Con los libros pasa lo mismo. Sin embargo para un porcentaje nada despreciable de la gente dispuesta a encontrar el talento en las artes es cada vez más difícil separarlo de tanta nadería bien envuelta. De tanto producto pseudocultural amenazante y bien publicitado –cuántas veces el marketing tiene más valor creativo que el producto que vende– que llega para quedarse en nuestras vidas a base de secuelas, precuelas y demás petardeo en forma de sagas.
Y, en esto, los gobernantes no ayudan. También lo sabemos. También lo hemos escrito hasta la saciedad. En el fondo, la cultura asusta, porque aprender a pensar es aprender a cuestionar. Y este es un aprendizaje que no cotiza al alza en esos mercados que no conocen la excepción cultural.
Basta un hecho: desde que a la cultura le salió el apellido ‘y turismo’ su verdadera razón de ser se desvanece, presenta una cara aguada por la humedad de las cifras: tantos visitantes en la exposición tal, récord de taquilla para el engendro cual, tropecientos mil participantes en el día de tal y cual… Ya, pero lo que se ofrece ¿tiene alguna sustancia más allá del espectáculo en sí mismo, del eslogan, de la presunción cultural? Lo denunciaba en estas mismas páginas un rebelde octogenario llamado Isidoro Valcárcel Medina: hasta lo que era pura transgresión conceptual en el arte, ha sido fagocitado y deglutido por la institución cultural, que solo a través de las cifras de consumidores puede justificar la inversión pública.
Tiemblo en años como estos de centenarios rutilantes. Tiemblo por Santa Teresa que levitaría de puro asombro al ver su nombre asociado a ciertos fastos en los que su vida y su obra quedan enterrados bajo el disfraz de las ofertas de fin de semana y el merchandising. Ya. Me dirán que siendo positivos, a lo mejor a base del manoseo a alguien se le ocurre acercarse a ‘Las moradas’…
Lo que en su origen fue un buen objetivo ha quedado totalmente falseado. El objetivo era convertir la potencialidad cultural de un territorio en motor de progreso económico. Al fin y al cabo la cultura era una industria limpia, no contaminante, ecológica. ¡En qué poco tiempo hemos dado la vuelta al proyecto y hemos convertido la cultura en el factor contaminante de la verdadera cultura!
Con todo, a veces se abre paso. Cuesta años, sí, disgustos, ninguneos, silencios… pero acaba por abrirse paso. Lo pensaba el otro día mientras veía recoger el premio Nacional a los responsables de la compañía teatral Teloncillo. A veces ocurre. Y es solo un pequeño ejemplo.

 

Publicado en la columna de opinión ‘Días nublados’ de la edición impresa de El Norte de Castilla

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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