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Vitaminas literarias

LA EDITORIAL COMBA RESCATA LAS CARTAS QUE DURANTE UNA DÉCADA SE ESCRIBIERON ROSA CHACEL Y ANA MARÍA MOIX

Año 1965. Septiembre. Una joven Ana María Moix (Barcelona 1947-2014) escribe a Rosa Chacel (Valladolid, 1898-Madrid, 1994) que entonces permanecía en su exilio de Río de Janeiro. Tiene pocas esperanzas de que la carta llegue a su destino, es casi un mensaje en una botella que lanza al mar que las separa físicamente. Pero necesita decirle que acaba de leer ‘Teresa’ y que está deslumbrada. La novela se la ha prestado otro joven aspirante a escritor como ella, Pere Gimferrer (Pedro en esta correspondencia). Ella quiere aprender, necesita decirle cuánto se identifica con la escritura de quien ya era un personaje con peso en la literatura, aunque su país la ninguneara, y manifestarle su extrañeza por que sea tan poco conocida en España, de que se hable tan poco de ella.

La carta afortunadamente llega a las manos de la autora de ‘Memorias de Leticia Valle’. No solo eso. Llega a las manos de una persona necesitada de encontrar interlocutores en su propio país, del que efectivamente se encuentra aislada y no precisamente porque medie un océano de distancia. Le estimula además el hecho de encontrar corresponsales jóvenes (al río de cartas se sumará Gimferrer el ‘culpable’ de que se haya iniciado lo que será una verdadera amistad).

Las cartas que ambas escritoras se envían durante diez años se editan ahora de la mano del sello barcelonés ‘Comba’ y al cuidado de Ana Rodríguez Fischer, gran conocedora de la obra de Chacel. No es una correspondencia más entre una escritora en plena madurez creadora, llena de proyectos –entre ellos ‘Barrio de Maravillas’ que sería una de sus obras más celebradas, pero que ya tiene en su haber ‘Memorias de Leticia Valle’ y una novela importantísima y nunca suficientemente valorada como ‘La sinrazón’, y en este punto comparto el entusiasmo de Moix que en un momento afirma que es «la mejor novela que se ha escrito en España»– y una joven que ha tanteado ya el mundo de la poesía y de la narrativa breve, que tiene algún proyecto de novela, pero sobre todo que empieza a vislumbrar, inconscientemente aún, aunque Chacel se lo hará ver claramente, que la literatura es su destino. No, el libro es mucho más, más incluso que el impagable testimonio de una época por la que desfilan otros escritores pero también cineastas (Gonzalo Suárez aquí más en su faceta de escritor) o músicos, a través de las opiniones de las corresponsales. Es la posibilidad de asomarse a la teoría chaceliana sobre la novela. Ya en la segunda carta, Ana María Moix le pregunta casi a bocajarro que es más importante a la hora de plantear una novela: si el argumento, el personaje o el estilo. La pregunta encuentra campo abonado. Rosa Chacel es una corresponsal generosa. Lo es desde su primera respuesta a Moix. Cualquiera que se haya asomado, no ya a sus novelas, sino a sus diarios sabrá que ella no sabía escribir ligero. Que su escritura lleva siempre una carga de profundidad, una intensidad de pensamiento que paradójica y desgraciadamente ha podido ser un freno en el reconocimiento que merece. Ella no sabía escribir en corto ni superficialmente y al tiempo exigía a sus corresponsales que hicieran lo mismo.

Además, se trata de la correspondencia entre dos mujeres que desnudan su alma con facilidad, que encuentran la una en la otra el espacio de intimidad necesario para hacerlo cómodamente. También este aspecto surge rápido en el epistolario. Ana María le confiesa en seguida que suele tener periodos de desánimo y encontrará en su amiga siempre un aliento para seguir adelante. Quizá por eso, Moix se asusta cuando es Rosa la que le confiesa en una de sus cartas de 1966 que se encuentra ‘panne’ (expresión francesa que equivale a sentirse parada):

«Habrás pensado mil cosas a causa de mi silencio; la explicación que puedo darte es ésta: mi vida está en ‘panne’. No sé si volverá a echar a andar alguna vez. Por el momento el horizonte es negro…». La respuesta de Ana María no se hace esperar: «Si tú no vuelves a andar (como dices) me sentiré engañada; solo me dejo poner alas por un par de personas y una de ellas eres tú. Tienes la obligación de recuperarte para que yo pueda ver que todo era verdad, y yo me tomo el derecho de recordártelo y asegurarte que lo era. ¿Vale la pena?».

El cine es también un tema de ‘conversación’ y resultan curiosos los comentarios, pues a pesar de ser a vuela pluma, siempre dan pistas en torno a sus planteamientos estéticos. Escribe Rosa Chacel: «El cine me gusta sobre todas las cosas. Estoy por decirle que es lo que me ayuda a soportar el exilio: voy casi a diario. Prefiero, ante todo, a Antonioni, Fellini y –hace un tiempo, pues ha caído pronto– De Sica. Bergman no me gusta siempre; es demasiado artístico para mí.Kazan me gusta mucho y también algunos franceses que no recuerdo en este momento. ¿Ha visto usted ‘Les parapluies de Cherbourg’? Es un absurdo maravilloso. No le pregunto si ha visto ‘I compagni’ porque supongo que en España no se habrá dado. Es uno de los films más perfectos, más poéticos, más emocionantes que he visto. Tema social pero tratado con la máxima elevación estética…» [Rosa Chacel se refiere a la película de Mario Monicelli de 1963, que estuvo nominada al Oscar en la categoría de mejor guión original].

Otras veces los comentarios no son tan amables, como en este fragmento de una larga carta fechada en 1966:

«En los días que pasé en Valença me regalaron el Proust de la ‘Nouvelle Revue Française’ (…) y lo estoy releyendo con deleite y con parsimonia por tercera vez. No recuerdo cuándo fue la primera, pero sí que hace unos años, en Buenos Aires, me dejaron la traducción de Salinas, diciéndome que era magnífica. La leí y me pareció abominable. Correcta es, naturalmente, pero de la gracia la ligereza y la elegancia proustiana, ni sombra. Un lenguaje viejo, encorsetado, de señor respetable. Necesitaba volver a leerlo en su salsa para borrar el mal gusto que me dejó la traducción».

Como una novela

Dice Ana Rodríguez Fischer que este epistolario se puede leer como una novela. Ocurre con aquellas correspondencias en las que sus autores se muestran generosos de cabeza y de espíritu, o en aquellos en los que la amistad ha de mantenerse viva a pesar de las separaciones forzosas (estoy pensando en las cartas entre Pedro Salinas y Jorge Guillén sin ir más lejos). Esta ‘novela’ engancha desde el primer momento y no defrauda en ninguno. Pero lo mejor del epistolario son sin duda, o al menos para quien comparta el gusto por la escritura o la admiración por la obra de ambas, los pasajes destinados a comentar la marcha de sus respectivos trabajos o las dudas que los atravesaban mientras estaban en ‘la cocina’. Impresiona saber cómo Rosa Chacel tenía presente a aquellos lectores que eran importantes para su vida. Vida y obra enlazadas:

«… Puedes tener la absoluta seguridad de que en todo lo que hago cuento con vosotros; pienso, en relación con todo lo que escribo, que vosotros vais a leerlo, que mi vida –porque mi obra es mi verdadera vida, es decir porque mi vida y mi obra son la misma cosa– va a incorporarse a la vuestra, va a añadirse a vuestro panorama, mi paisaje va a imprimirse o entremezclarse con el vuestro y pocas cosas habrá que puedan significar más plenamente lo que deseé siempre con un empeño loco».

El libro, más que una correspondencia es pura vitamina literaria.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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