Cuando lean esta columna habrá amanecido ya en Idomeni, pero para los miles de refugiados que habrán pasado una noche más entre los charcos, el barro, el frío y la desesperación no será un amanecer distinto. En Bruselas, sin barro y con calefacción, los 28 buscan hoy entre el egoísmo, la impotencia y la falta de pudor vías alternativas a la ilegal expulsión masiva de refugiados presuntamente aprobada hace unos días. Dolían, mucho, las imágenes de esos niños cruzando un río turbulento en brazos de sus padres hacia la nada. Dolían, y mucho, los esfuerzos de los ancianos por sobrevivir a la prueba, simplemente por alcanzar un mañana más, solo porque alguien les robó el paisaje frente al que pensaban vivir sus últimos años en paz. O la desesperación de esas madres que se preguntan frente a la cámara si no hubiera sido mejor morir de golpe junto a sus hijos bajo las bombas.
En casa, duelen las imágenes de esos energúmenos hinchas del PSV Eindhoven tratando de humillar por diversión a las mujeres que pedían limosna en la Plaza Mayor de Madrid. Las imágenes dolían y la indiferencia de los testigos, pero no eran las mujeres que se agachaban por unas monedas las que perdieron la dignidad, los indignos eran ellos y más nos valdría que su penosa diversión, su estúpido juego, no quedara impune. Duele el ascenso de votos de los partidos racistas en una Europa cada vez menos europea.
Pero no quería ensimismarme en el dolor. Para no llorar, prefiero acordarme de Latifa Ibn Ziaten, la madre de Imad, soldado de la República francesa que en 2012 fue asesinado en un ataque yihadista. Latifa, de religión musulmana, decidió no dejarse matar también por el odio y decidió crear la asociación Imad ibn-Ziaten por la juventud y la paz, que promueve el laicismo y el diálogo interreligioso. Pensar en su manera de estar en el mundo, en la serenidad de espíritu con la que relata su viaje a la ciudad del asesino de su hijo en busca de respuestas y cómo encontró una juventud sin amor y sin futuro, es una lección de vida. Prefiero, también, imaginarme un día en la fábrica de Gamila Hiar, la mujer drusa de 75 años que trabajó desde joven a pesar de las leyes de su pueblo y que ya entrada en años decidió crear una empresa para dar trabajo a otras mujeres como ella. Drusas, judías, cristianas y musulmanas conviven sin problemas mientras hacen jabón y cosméticos siguiendo las leyes de la naturaleza, sin un solo proceso químico que altere las propiedades de las plantas que utilizan. Amor y respeto a la Tierra y una manifestación de que la convivencia es posible. Prefiero acordarme de Al Shaymaa, una mujer tanzana que tuvo la mala suerte de ser albina en un país donde los albinos, si no son asesinados nada más nacer, sufren persecución y mutilaciones, pues en algunas comunidades se considera que sus miembros (un brazo, una mano) tienen poderes mágicos. Shaymaa utilizó su buena suerte (nació en una familia que la quería) para crear ‘Good Hope Star’, una fundación que ayuda a albinos y discapacitados en su país.
A Latifa, a Gamila, a Shaymaa las conocí el fin de semana pasado en ese milagro que sucede en Segovia y que se llama Mujeres que Transforman el Mundo. Y me acuerdo de ellas para tener esperanza cuando tengo ganas de llorar, porque algo de su luz aún llevo conmigo.
(Publicada en la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 17 de marzo)