Javier Angulo seguirá al frente de la Seminci. Al menos por este año. Pero la decisión del consejo rector del festival de apostar, al menos momentáneamente, por la continuidad no cierra por desgracia la crisis abierta en el seno de la convocatoria cultural más importante de Valladolid, la de mayor reflejo en el exterior y la que aparece en primer lugar de toda Castilla y León en la encuesta nacional del Observatorio de la Cultura (que sitúa al certamen en el segundo lugar de su género detrás del de San Sebastián). Por el contrario, todos los mensajes que llegan desde el Ayuntamiento, principal patrocinador del certamen, no dejan sino lugar a la preocupación.
Para empezar, la crisis se abrió con prisas, en un momento de lo más inadecuado –cuando se acababa de cerrar con éxito una edición conmemorativa– y basada en una presunta necesidad de dar un cambio al Festival. Lo que parece estar en el fondo de esta situación, si nos atenemos a los votos del tribunal, es que Angulo no cuenta con la confianza de los socios del Psoe en el gobierno municipal: Valladolid toma la palabra y Sí se puede. Y por razones que no se han explicado. Y esa oposición es la que no pueden o no saben contrarrestar los socialistas que sí le apoyan, respaldados en este caso por el PP y la Federación de Vecinos. De esa división nacen los mensajes de la concejala de Cultura, Ana Redondo, en el sentido de que el Festival necesita abrir un periodo de innovación. Supongamos que así fuera, pero ¿hacia adónde? ¿Qué entiende el equipo de gobierno por innovación? Eso es lo que no está claro, eso es lo que no se explica y explicarlo sí sería transparencia. Porque, dado que actualmente el certamen ha conseguido mantener su prestigio, habría que suponer que la innovación debería ir en el sentido de superar el actual estado de cosas. Mejorar los contenidos desde una programación más exigente, más apertura hacia nuevos públicos (aspecto este, por cierto, en el que se trabaja desde el acceso de Angulo) y mayor presencia de actores y directores de primera fila. Pero esto cuesta dinero y este sí parece ser un problema más urgente para el certamen y del que no se habla: la necesidad de encontrar patrocinios privados que permitan mantener dicho nivel.
Ahora bien, si, como hemos escuchado, lo revolucionario es hacer galas de apertura en la calle (populismos, los justos, por favor, que hablamos de un festival consolidado) o mirar al cine asiático (¿alguien sabe lo que es esto? Porque películas procedentes de ese continente hemos visto en Seminci hasta la saciedad y desde hace mucho) entonces, como dice el refrán castizo, «apaga y vámonos».
Por no hablar de la falta de sentido común y elegancia que han presidido el proceso desde que se convocó el concurso hasta la fecha y que ha puesto en una situación más que desairada a un director con el que se puede no estar de acuerdo pero que no merecía ese trato. La imagen de Angulo a la espera de ser recibido por el tribunal rodeado de periodistas es lamentable. Esta forma de hacer las cosas solo perjudica a la Seminci.
No se debe confundir transparencia con atolondramiento político. Ni el que hasta ahora no haya habido concurso público con que no se buscaran profesionales aptos y de prestigio para la dirección cuyo nombramiento era aprobado por un patronato. No se puede poner en entredicho la profesionalidad de los anteriores directores del certamen. La Seminci es material cultural sensible y de primera magnitud y un excelente escaparate de la ciudad y de la región. Como tal, debe tratarse.
(Publicada en mi columna ‘Días nublados’ en la edición impresa de El Norte, el jueves 9 de junio de 2016)