SOBRE ‘TIERRA DE DIOSES’ DE GORAN PASKALJEVIC, ‘EL REY DE LOS BELGAS’ DE BROSSENS Y WOODWORTH Y ‘LA CIÉNAGA’ DE CRUZ Y CASTILLO
Decía Goran Paskaljevic en la rueda de prensa posterior al pase de prensa de ‘Dev Bhoomi’ (Tierra de dioses) que creía que esta era su película más personal. Y eso a pesar de haber dejado su paisaje habitual, los Balcanes, para contar una historia en el Himalaya. Dejando a un lado que el lugar no ti
ene por qué condicionar si un filme es más o menos cercano a la personalidad cinematográfica de su autor, lo cierto es que es difícil encontrar en esta película las claves del cine del director serbio.
Ni la gracia, ni la fuerza, ni la originalidad de propuestas como ‘La otra América’, ‘Los optimistas’ o ‘Lunas de miel’ están en esta historia de prejuicios de castas y de cómo la tradición una vez más ejerce su violencia sobre los individuos y les impide desarrollar la vida a su manera, asunto mil veces tratado al que no aporta nada diferente. Película más que correcta, como es de esperar en un autor como Paskaljevic, bien filmada, que incluso se ve con agrado, aunque todo el tiempo se espera algo más, una fuerza que no llega. El director serbio se acerca en este filme a la espiritualidad que emana la filosofía del poeta Rabrindanath Tagore, y hace, partiendo de sus versos, un canto a la esperanza, si bien durante el encuentro con los periodistas eludió responder a la pregunta de si la consideraba su película más espiritual. ‘Tierra de dioses’ ofrece la belleza de ese enclave indio con sus infinitas montañas, gracias a la fotografía de Milan Spasic, pero no quedará entre los muchos títulos importantes del director fetiche de Seminci.
Rutina
No hubo suerte con ‘El rey de los belgas’. Peter Brosens y Jessica Woodworth venían avalados por el buen sabor de boca que en la edición de 2012 había dejado su película ‘La quinta estación’. Lo que en ella era riesgo, crítica sin panfleto con tintes surrealistas y una propuesta distinta (lo que en un festival de estas características debería ser casi obligatorio) aquí se convierte en rutina y en un querer y no poder desde un guión indefinido, lleno de altibajos, con momentos logrados sí, con gags que mueven a la carcajada pero que no son suficientes para sostener un filme que se hace eterno y en el que casi lo mejor es la elección de los temas de su banda sonora cargados todos de intención ‘europeísta’. De fondo, el tema del resurgimiento de los nacionalismos y el cuestionamiento de las monarquías en un tono de parodia que hubiera dado para mucho más.
Riesgos
Más interesante por lo que arriesga me pareció la tercera propuesta del día, ‘La ciénaga. Entre el mar y la tierra’, debut de los colombianos Manolo Cruz y Carlos del Castillo. Lo que en principio iba a ser un corto ambientado en un lugar pantanoso próximo al Caribe donde viven personas en una situación de extrema pobreza se convirtió en un largometraje –gracias en parte al micromecenazgo puesto en marcha por el tándem de dirección y producción— en el que el protagonista sufre una enfermedad degenerativa muscular llamada distonía. La película tiene defectos como cabe esperar en una opera prima, pero es en primer lugar una historia que merece la pena contarse.
El protagonista es Alberto, un joven 28 años atrapado en un cuerpo enfermo y en unas condiciones de vida muy duras. Su madre, una mujer viuda que ha centrado su vida en su cuidado hasta el punto de no ver con buenos ojos a quien intente acercarse a la razón de su existencia aunque sea con intención de ayudar, y una amiga de la infancia son sus únicas compañías. Alberto sueña con ver el mar, lo que para un paciente con una economía siquiera digna no tendría mayores dificultades para él se trata de una empresa casi imposible. La acción transcurre al 90% en la paupérrima chabola, palafito para hablar con propiedad, que madre e hijo comparten en la ciénaga que da título al filme y la cámara está siempre cerca de ambos, a veces incluso demasiado.
A pesar de lo duro de la historia su desarrollo elude igualmente bien tanto el tremendismo como el ternurismo. Lástima de esos innecesarios subrayados musicales de los momentos en que el protagonista sueña con disfrutar del mar en un cuerpo sano y que recuerdan demasiado a los episodios análogos de ‘Mar adentro’, de Alejandro Amenábar. Además de estar peor resueltos bajan el buen tono de la película. Por cierto que esos momentos musicales no son el único paralelismo con la historia de Ramón Sampedro. Con todo, en ‘La ciénaga’ encuentro madera de cineastas. Habrá que estar atentos a sus próximos trabajos.
(Fotogramas de ‘Tierra de dioses’ y ‘El rey de los belgas’)’