SOBRE CAZADORES DE LAS NIEVES DE PAUL YOON
Sin duda, uno de los mayores retos de una novela, aunque sea una novela corta como ‘Cazadores de las nieves’, es mantener el ritmo y, con él, el tono, la música que envuelve la trama. Una trama aparentemente delgada recorre esta historia, primera incursión en el género del neoyorkino Paul Yoon, que ya había ganado prestigio literario su libro de relatos, ‘Once the Shore’ al que siguió ‘The Mountain’. Delgada, decía, solo en apariencia, pues el asunto que palpita (literal) en sus páginas no es otro que la vida. La vida que resiste en medio de la adversidad o de la grisura, como resisten milagrosamente algunos árboles en medio de un paisaje devastado por el fuego.
Una resistencia sin aspavientos es la que permite a Yohan seguir vivo tras haber superado la guerra de Corea, un campo de prisioneros, la pérdida de su mejor amigo, de su familia y de su país y el ‘aterrizaje’ en una tierra extraña. Un día lluvioso del invierno de 1954 un joven Yohan desembarca en una ciudad de Brasil. No conoce el país, no conoce la lengua, no conoce a nadie. Pero lleva una dirección y un contacto que le ha proporcionado un funcionario de la ONU al que conoció en el campamento en el que estuvo prisionero. Así se convertirá en el aprendiz Kiyoshi, un sastre japonés tranquilo en un tranquilo y modesto taller, que le sirve, al tiempo de tranquila y modesta vivienda. Yohan la compartirá, como compartirá oficio y clientela. Iremos sabiendo de sus vidas en breves incursiones al pasado mientras el relato avanza sobre los pilares de las segundas oportunidades y de la confianza en la supervivencia. Desfilarán otros personajes, como los niños Santi y Bia o Peixe, el jardinero de la iglesia local, gentes sin más fortuna que la de saber agarrarse a la vida sin hacerse preguntas. Aunque a Yohan, de vez en cuando le duelan los recuerdos del campo de prisioneros donde perdió a su amigo, o de su padre al que no volverá a ver:
“Oía el llanto de los demás a sabiendas de que se tapaban la boca para reprimirlo, pero no hacía nada al respecto. Se apoyaba contra la pared rozando con el pie una cabeza. Miraba fijamente el agujero del techo por donde caía la nieve en invierno; una vez se formó un montoncito del tamaño de la mano de un niño sobre la barriga de un hombre.
Se preguntaba si uno elegía lo que recordaba… y lo que olvidaba”. (pág. 44)
Todo es aparentemente sencillo en la narración, la descripción de los personajes con unos cuantos trazos y apenas alguna peripecia, la descripción del paisaje costero, las noches estrelladas… Pero tiene el sabor de la buena literatura. Yoon adelgaza la anécdota y nos deja el dibujo como en una estampa japonesa. La traducción del inglés de Teresa Lanero conserva la musicalidad del lenguaje del autor, sus palabras precisas, su delicadeza oriental. La delgada pero firme línea que mantiene el interés por esta historia de personajes presuntamente perdedores pero que llevan en sí la fuerza y la grandeza de vivir.