A PROPÓSITO DE ‘ÁGA’, DE MILKO LAZAROV, NOCHES MÁGICAS DE PAOLO VIRZI Y ‘A LA VUELTA DE LA ESQUINA’ DE THOMAS STUBER
La sexta jornada de la Sección Oficial osciló entre la luminosidad de ‘Ága’, del director búlgaro Milko Lazarov y los fuegos artificiales de Paolo Virzi y su excesiva ‘Noches mágicas’.
‘Aga’ es una bella obra sobre el fin de un modo de vida. Nanook, un cazador de renos, y su mujer Sedna, viven en medio de la helada tundra en completa soledad. Sus hijos se marcharon de casa, y ellos mantienen unas costumbres que agonizan. La caza es cada vez más escasa y la pareja ya no tiene las fuerzas de la juventud. Poco más argumento para un filme que te atrapa por unos planos bellamente construidos, por un ritmo lento y mantenido, por la verdad y la luz que encierra. Apenas hay diálogo, pero cada una de las palabras son necesarias. Su simbología no admite subrayados inútiles y la pareja se ama sin apenas gestos. Su hijo, que vive en la ciudad les visita, y es su único vínculo con el mundo y con la hija que se fue de casa por un conflicto no explicado. Una única fotografía es el consuelo de la madre cuya salud se quiebra sin remedio.
Hay películas con luz y esta la tiene más allá de la luminosidad que desprenden los paisajes helados y más allá de Mahler que siempre acompaña si se acude a él sin estridencias.
Todo lo que es contención en ‘Aga’ es exceso en ‘Noches mágicas’. Lo siento. No puedo con el humor de Virzi. No entré en sus ‘Locas de alegría’ (Espiga de Oro en la 61 Seinci) y no entré ayer en unas noches que de mágicas no tenían nada. Si en la anterior las palabras eran justas, en la de Virzi triunfa la verborrea total. Tres jóvenes aspirantes a guionistas que ganan un premio en Roma y el cadáver de un conocido productor que aparece en el Tíber la noche en que Italia es eliminada del mundial de Fútbol de 1990, sirven de hilo conductor para hacer una pretendida sátira de la decadencia del cine italiano. El problema es que le sale un producto tan decadente como aquello que satiriza, lleno de tópicos. Una película que parece vieja, con un algún momento chispeante pero tan pesada que se hace eterna como la ciudad en la que transcurre.
Entre medias se proyectó la alemana ‘A la vuelta de la esquina’. Una película oscura que transcurre casi en su totalidad en el turno de noche de un hipermercado. Un grupo de camioneros reconvertidos en reponedores de una gran superficie y un novato que debe aprender a manejar un montacargas de palés le sirven a Thomas Stuber para hablar de la soledad y la incomunicación. La película empieza bien, tiene planos poderosos, pero la historia se agota en sí misma y se alarga de manera innecesaria. La sequedad del planteamiento acaba secando el filme.
Menos mal que tuvimos a Lazarov.