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Delhy Tejero, una artista ‘moderna’

Se cumple el quincuagésimo aniversario de la muerte de Delhy Tejero. Hora de reivindicar a esta pintora

 

Delhy Tejero era una artista. La frase, leída así, y tratándose de una pintora, puede parecer una simpleza, pero si analizamos su vida y su trayectoria puede que alcance un sentido más hondo. Delhy Tejero (Toro, Zamora, 1904; Madrid, 1968) vivió por y para la pintura. En una entrevista dejó muy clara su condición: “Ahora soy la que soy. Una constante renovación. Se es artista en cada momento”. Ella lo fue, en su azarosa y a veces solitaria vida. La frase, de resonancias bíblicas (“Yo soy el que soy”), encierra su voluntad de crecer como pintora y su falta de prejuicios a la hora de experimentar nuevas técnicas y estilos. Y fue además una artista ‘moderna’. El adjetivo también hay que analizarlo, pues cobra todo su sentido si nos fijamos en el tiempo en que su arte empezaba a despuntar. Comienza el siglo XX en España y a pesar del atraso con respecto a otros países europeos, los ecos de las vanguardias artísticas y de los movimientos de mujeres que reclaman un sitio más relevante en la sociedad llegan con más o menos claridad. Más tarde, el clima cultural de la Segunda República supuso una apertura de miras y una oportunidad para las mujeres que no querían acomodarse al cliché que una sociedad marcada por el catolicismo y el conservadurismo les tenían asignado. Las ‘modernas’, algunas de ellas artistas también (Maruja Mallo, Remedios Varo, Ángeles Santos) se rebelaron y, contra las adversas circunstancias, vivieron la vida que desearon vivir. Aunque los condicionantes las marcaran duramente. Después, las marcó el silencio. Afortunadamente, las modernas están saliendo de ese espacio en negro, se reivindica a las Sinsombrero en un documental, se reedita ‘La mujer moderna y sus derechos’, de Carmen de Burgos… Es el momento de recordar a una artista que, como también ocurrió con las mencionadas más arriba, quedó oculta en gran parte por su condición de mujer. Este año, cuando se cumple el 50 aniversario de su fallecimiento, varias actividades nos devuelven su nombre y su obra. La primera ha tenido lugar en su localidad natal. Una exposición patrocinada por el Ayuntamiento y comisariada por su sobrino, Javier Vila, supuso un interesante recorrido por sus distintos lenguajes pictóricos. Y se prepara una reedición de sus diarios, ‘Los cuadernines’, que la Diputación de Zamora editó en 2004.pintura-delhy-tejero_139-l

La exposición, como la antológica itinerante que tuvo lugar hace diez años mostraba el rasgo fundamental de esta pintora: la imposibilidad de etiquetarla, su desprecio por el momento artístico, su negativa a adscribirse a algún movimiento que le hubiera dado mayor visibilidad, su curiosidad por ensayar nuevas propuestas.

La Escuela de Artes y oficios de Madrid y la Escuela de San Fernando fueron sus centros de formación, y ya en su primer viaje al extranjero, en 1931, amplía en Bélgica estudios sobre procedimientos industriales de pintura mural. La pintura mural fue una de sus facetas que no abandonó mientras tuvo fuerzas para llevarla a cabo. En 1932 instaló su primer estudio en la capital de España, para entonces ya había ganado algunos premios. Según cuenta su sobrina María Dolores Vila Tejero, en su primera individual en Madrid, en el Circulo de Bellas Artes (1933) presenta, además de proyectos murales y óleos de gran formato, una colección de dibujos en los que experimenta por primera vez con la técnica de la ‘delcomanía’ o decalcomanía, “cuya creación más tarde, en 1939, sería atribuida a Óscar Domínguez”.

Uno de mis cuadros favoritos de esta pintora, ‘Rabina meditando’, tiene rastros de esta técnica y pertenece a su serie sobre brujas y ‘duendinas’, que desarrolló con éxito a lo largo de la década de los años treinta del siglo pasado. Es inevitable asociar algunas de estas ‘brujas’ con esas músicas extraterrestres del cuadro ‘Un mundo’ de Ángeles Santos, o con algunos personajes de Remedios Varo. Es el acercamiento al surrealismo de una pintora que más tarde tomaría contacto directo con el movimiento en París, donde conoce a Oscar Domínguez y a través de él al círculo de André Breton. También conoció a Picasso y en 1939 participó en París en la muestra ‘Lae rève dans l’art et la littérature junto a Miró, Domínguez, Man Ray, Chagall, Klee… Aunque, siguiendo el testimonio de su sobrina, algunas de las obras de este periodo fueron destruidas, como también otras que hacían referencia al cuerpo humano, cuando en la década de los cuarenta entra en contacto con ciertos círculos religiosos.pintura-delhy-tejero_003-2-l

Pero es difícil establecer etapas en su arte, pues conviven en su paleta y en su estudio no solo técnicas sino lenguajes diferentes. Los cuadros de acento cubista, con pinturas y dibujos simbolistas y de acento religioso. Las maternidades, un tema crucial para ella que sin embargo defendió siempre su individualidad como artista y como mujer y nunca se casó con el informalismo que desde la década de los cincuenta no la abandonaría (fue la única mujer que participó en 1952 en la exposición de arte abstracto de Santander junto a Saura y Miralles, entre otros) y con el constructivismo. Lo mismo en sus murales, que podían acercarse a los nuevos movimientos pictóricos, como los de la Tabacalera de Sevilla que realizó ya muy enferma, o mantener un costumbrismo de sabor local.

Importantes son también sus obras ‘matéricas’, en las que marmolinas, arenas, argamasas y virutas de cobre se mezclaban con el óleo en cuadros que aunaban fuerza en el gesto y delicadeza material. Y sin olvidar el rastro del art déco en sus ilustraciones que fueron el arranque de su trayectoria artística y que se publicaron en las principales revistas de la época como ‘Blanco y negro’, ‘Crónica’ o ‘La Esfera’.

Murió en Madrid el 10 de octubre de 1968. Y a pesar de algunas exposiciones y de haber estado representada en eventos como la Expo de Sevilla de 1992, su nombre cayó en un cierto olvido o al menos en ese espacio de claroscuro en el que por sus méritos nunca debió estar.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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