EN MI COLUMNA DE OPINIÓN ‘DÍAS NUBLADOS’
Vale. Lo confieso. He vuelto a ver ‘Mujercitas’. Qué quieren… La niña que a duras penas pervive en mí reclama estos días su cuota. Ella al menos ha encontrado su momento y no como ese niño norteamericano que ha tenido la mala fortuna de que el mismísimo Trump se le haya cruzado, vía telefónica, para chafarle la Navidad y de paso la ilusión con que había recibido a Papá Noel. Como decía mi abuelo, hay gente que si un día al menos no ha cometido una fechoría no se acuesta tranquila. El vídeo de la nueva ‘trumpada’ se ha hecho viral, pero dudo mucho que sirva de escarmiento, ni que los padres de la criatura reciban un correctivo por irresponsables. ¡A quién se le ocurre dejar contestar el teléfono al niño cuando hay tanto ogro suelto amenazando a la infancia! Más le hubiera valido quedarse pegado a la tablet viendo uno de esos dibujos animados presuntamente para niños llenos de ogros y malvados de mentira pero que a mí me estresan tanto.
Claro, que inmediatamente después del vídeo y su correspondiente cuota de pantalla en los informativos, salta otra noticia, esta sí digna de tal nombre, que nos hiela la voluntad de encontrarle un lado humorístico a ese señor que ocupa la Casa Blanca. La de ese niño de ocho años, procedente de Guatemala, que ha muerto en un hospital de Nuevo México mientras se hallaba bajo custodia de los Estados Unidos. Es el segundo menor que muere en similares circunstancias en el marco del endurecimiento de los arrestos contra inmigrantes puesto en marcha por la Administración del innombrable. Una macabra lista que, al menos que sepamos, inauguró Jackeline Caal, también guatemalteca, también inocente y víctima de un sistema en el que ella solo ha cometido el error de nacer en el lado equivocado del planeta.
En este último caso la Agencia de Seguridad Fronteriza (¿no es irónico el nombre?) ha decidido informar rápido del suceso, no como en el caso de la niña, cuya muerte supimos varios días después.
En ninguno de los dos casos cabe achacar la responsabilidad a unos padres que dejan su hogar, su patria y sus afectos para iniciar una incierta marcha hacia un improbable futuro para sus hijos. No se les puede culpar por preferir el riesgo a la nada. Yo en cambio señalaría a todos esos que alegre o airadamente votan a todos los clones trumpianos que al fulgor anaranjado del prepotente señor de la primera potencia mundial van surgiendo en todos los lugares del planeta. O cambiamos el rumbo o seguiremos como ahora aceptando y sintiendo nuestra cuota de responsabilidad solo en fechas señaladas.
Creo que ahora tendré que ver ‘Que bello es vivir’, cosa que pensaba saltarme estas Navidades, aunque no creo que sirva para quitarme el mal cuerpo. De todas formas, ¡Feliz Año a todas las gentes de buena voluntad!
(Publicada en la edición impresa de El Norte el 27 de diciembre de 2018)