DÍAS NUBLADOS
Esta es una de esas columnas que preferiría no escribir, porque viene a subrayar como extraordinario algo que debería ser la norma: la decencia política. Que un político abandone su partido porque éste ha dejado de defender los principios bajo los cuales fue creado y, más aún, que abandone un cargo de relevancia al que acababa de acceder en virtud de su pertenencia a ese partido que, a su juicio, traiciona el interés común que fue su santo y seña, es algo tan extraordinario en nuestra vida política que casi me frotaba los ojos escuchando ayer a Toni Roldán anunciando su marcha de Ciudadanos y la cesión del escaño en el Congreso.
Esto último, sin duda, es lo más extraordinario de todo. Porque, aun en los casos en los que un representante público abandona las siglas por las que fue elegido por los votantes, lo raro es que abandone el sillón al que accedió como representante de esas siglas.
Toni Roldán es, por lo tanto, un verso suelto en la política española actual. Y lo paradójico y triste del caso es que se vea obligado a marcharse por coherencia un tipo de político del que estamos absolutamente necesitados se compartan o no, o solo en parte, sus ideas.
En torno a esta noticia, acompañada por gestos similares de otros miembros destacados del partido, los medios se han apresurado a hablar de la crisis de Ciudadanos; de la desaparición de su líder, Albert Rivera, que no sale del agujero ni para acudir a la Moncloa; de las declaraciones de Arrimadas obligada a dar la cara todo el tiempo etc. etc. Pero, a mu juicio, el titular debería haber puesto el foco en la actitud de un servidor público que al parecer creía en eso, el servicio público; que llegaba a la política con esa idea del bien común y no del bien propio; que había dejado puestos de relevancia profesional fuera del país para venir a aportar aquí un grano de arena esperanzador al embarrado campo de combate en el que se ha convertido la política patria. Un firme creyente en la regeneración política y en los principios liberales progresistas que proclamaba Ciudadanos en sus orígenes que no podía asumir que su partido conviviera en los pactos con un partido de ultraderecha que niega precisamente esos principios.
Supongo que la marcha de Roldán habrá sacado los colores a más de un compañero de siglas, cuyo rostro habrá pasado del naranja al rojo intenso a nada que tengan conciencia y memoria. Pero eso sí, sonrojo en privado, porque en público hasta le han dado palmaditas en la espalda por su gesto.
En fin… Con la marcha de Roldán no solo pierde Ciudadanos (y pierde mucho) sino toda la clase política española que pierde un espejo en el que mirarse.