JORNADA DE TRÁNSITO POR LAS ESTEPAS DE MONGOLIA
Uno de los hilos conductores de esta edición de la Seminci es sin duda ese grupo de películas de directores jóvenes o no tan jóvenes, nacidos en el país al que emigraron sus padres, que toman la cámara para regresar a sus raíces. Vimos los ejemplos de ‘Arab blues’ (de París a Túnez) o ‘And then we danced’ (de Estocolmo a Georgia) y la tercera jornada del festival nos trajo el hasta ahora mejor de los tres, ‘Öndög’, (‘El huevo del dinosaurio’). Jornada de tránsito en Seminci, sin esa película que nos atrape del todo, si exceptuamos el corto ‘Physics of Sorrow’ del que hablaré en mi sección Ya lo pensaré mañana. Conduciré esta crónica de más a menos, de lo que suscitó mi mayor interés a lo que me parece prescindible.
Amanecimos en la estepa de Mongolia, el país con menor densidad de población del mundo. En esos espacios abiertos donde el silencio puede escucharse como en la novela de Pedro Páramo transcurre ‘El huevo del dinosaurio’ del director chino Wang Quan’an. Todos los festivales tienen uno o varios directores fetiches y Quan’an parece serlo de la Berlinale. Allí ganó el Oso de Oro en 2007 con ‘La boda de Tuya’, en Berlín se ‘graduó’ con su primer largo, ‘Eclipse lunar’, en la edición de 2002 y aún cosechó otro Oso de Oro al guion de ‘Separados juntos’. En ‘El huevo del dinosaurio’ vuelve a las raíces, a la tierra de sus padres, para rodar, según sus palabras, sin guion, una historia de modos de vida tradicionales a punto de perderse, pero también de relaciones de pareja, de soledad, de un mundo que agoniza…
En medio de la estepa aparece el cadáver de una mujer desnuda. Mientras la policía investiga dejan a su custodia al más joven e inexperto del destacamento y para protegerlo (los lobos rondan de noche al ganado) llaman a una pastora en la treintena, acostumbrada a vivir en soledad y ahuyentar a las fieras con su anticuado rifle y buena puntería. El fuego, el alcohol y una sopa de cordero recién sacrificado (sin certificados sanitarios que valgan) servirán para que el joven policía no muera de hipotermia. A la mañana siguiente cada uno seguirá con sus vidas.
La película nos habla de esas vidas, punteadas por los largos desplazamientos ya sea en el camello mongol que utiliza la pastora (a la que apodan ‘el dinosaurio’ los lugareños) en moto o en el furgón de la policía. Pero le falta esa chispa que nos haga traspasar la pantalla y empatizar con ese mundo de condiciones durísimas en el que solo la existencia del teléfono móvil supone el contrapunto a unas costumbres a las que probablemente les queda poco tiempo. La película se sigue casi como un documental, desde el asombro que produce el exotismo de una tierra tan dura como sobrecogedoramente bella. Lo mejor del filme esos planos abiertos, de esa tierra plana, inmensa, vacía, donde las puestas de sol parecen eternas y las jorobas del camello, sus únicos relieves.
EL PADRE
Hay películas en las que cuesta entrar. Lo intentas durante veinte minutos intentando encontrar los puntos de interés, del humor que parece revestir la trama, intentando creerte los personajes, pero cuando ves que no va a ser posible, simplemente esperas a que acabe. Algo así me pasó con ’Bashtata’ (‘El padre’), la historia de un hombre que acaba de perder a su mujer y al que el duelo parece haberle producido un shock postraumático. Y de su hijo, un hombre débil de carácter, incapaz de enfrentarse a un progenitor que empieza a buscar alivio en un ‘curandero de energías’, y al que las mentiras con las que cubre su falta de decisión se le acaban haciendo una bola de nieve que no sabe derretir. La cinta quiere revestir de humor la falta de entendimiento en una relación paterno filial que deberá reconducirse ante la repentina ausencia de intermediaria, pero se queda en el intento. ‘El padre’ obtuvo un galardón en el festival de Karlovy Vary, y ya se sabe que a veces los premios los carga el diablo.
EL GATO EN LA PARED
‘Cat in the wall’, la tercera película de esta segunda toma del Festival, es otra cinta que promete más que da. Un barrio en la periferia de Londres, una casa donde los inquilinos luchan con la falta de recursos para sobrellevar una vida digna, una pareja de hermanos inmigrantes búlgaros y unos vecinos con los que, por culpa de un gato, mantendrán una relación más que tensa son los puntos que sustentan el guion. Irina es arquitecta y tiene un hijo pequeño, su hermano vive con ellos, es historiador, pero ambos sobreviven con empleos precarios y de nada servirán sus títulos cuando por una denuncia falsa de los vecinos la policía les trate como a ciudadanos de segunda. La gentrificación y el Brexit sirven de telón de fondo a una historia social que firman las directoras búlgaras Mina Mileva y Vesela Kazakova. A veces llegan aromas de Ken Loach en la voluntad de crítica social pero es una ráfaga demasiado suave.
Foto 1. Autor: Wang Quan’an