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UN MAGNÍFICO DESPERTAR

A PROPÓSITO DE ‘LAS NIÑAS’, DE PILAR PALOMERO

Volver al cine en estos tiempos oscuros y encontrar una película luminosa como ‘Las niñas’. La inteligente, sensible y certera ópera prima de Pilar Palomero, con la que sorprendió en el reciente Festival de Málaga en el que se alzó con la Biznaga de Oro, después de haber participado en la sección Generation del Festival de Berlín. Palomero retrata el despertar de una preadolescente en una España marcada aún por los lastres del pasado. Estamos en 1992 pero esa referencia apenas se refleja en la película, sirve solo como contexto para mostrar que el país vivía la euforia de los Juegos Olímpicos y de la Expo de Sevilla, es decir, se intentaba quitar ante el mundo la caspa de una sociedad marcada por el viejo régimen mientras que una buena parte de la sociedad, la mayoría quizá, seguía aún en él.

Celia Mateo (la estupenda Andrea Fandos) es una niña de once años que vive en Zaragoza con su joven madre (Natalia de Molina). Viven solas, no hay rastro de padre ni familia de apoyo. La madre trabaja todo el día para salir adelante y Celia, en una de las primeras secuencias del film, nos muestra que sabe poner la olla al fuego y preparar la comida. Es de esas niñas que ha tenido que madurar ante las circunstancias. Pero todo en ella es inocencia.

Palomero pone la cámara muy cerca de su rostro y el espectador pronto descubrirá que en realidad el foco está en sus ojos. Con ellos veremos su mundo y acudiremos a su naciente despertar… Con todos sus interrogantes.

El ambiente del colegio hace patente uno de los mensajes que la directora, también guionista del film, quiere hacer llegar: esa España aún retrógrada en tantos aspectos que mostraba en los telediarios una imagen diferente. El mensaje llega nítido para quien, como quien esto les cuenta, vivió la experiencia del colegio religioso en Madrid, pero en la década de los setenta. Según este testimonio y ante mi sorpresa veinte años después todo seguía igual: las clases de costura, los momentos de confesionario en la capilla, la sexualidad (si es que se pronunciaba esta palabra) vinculada al matrimonio, los rezos en clase y el silencio. Al colegio llega una niña nueva, procedente de Barcelona, Brisa, que, como su nombre apunta, abre una pequeña ventana en el ambiente cerrado en el que se mueven Celia y su mejor amiga, Cris. Aunque apenas sea con la música de grupos como Héroes del Silencio o Niños del Brasil, cuyo tema ‘Viernes’ las niñas gritan a coro.

La directora no subraya, no se recrea, no cae nunca en la obviedad. Secuencia a secuencia, con sensibilidad y muchos silencios (incluso a veces los diálogos que llegan poco nítidos al espectador cuando las niñas comparten juegos y risas son simples anotaciones al margen y así son tratados) va tejiendo el tapiz de una educación retrógrada y machista como la sociedad de entonces, a la que se asoma con breves ventanas a la televisión de la época. En una de ellas, Francisco Umbral está haciendo un chiste sexual rodeado de colegialas; en otra Rafaella Carrá triunfa en uno de sus shows televisivos.

Desde que las mujeres se han incorporado en un número representativo no a la creación, donde llevan siglos, sino a la repercusión de esa creación (aunque no hay que cantar victoria en cuanto a su visibilidad) las miradas desde el punto de vista femenino ya no son excepciones. Si bien el despertar adolescente que muestra el film no es exclusivo de las niñas como tampoco es exclusivo de una época. En esta película no hay hombres y si aparecen es un plano completamente secundario (el confesor, un médico que las reconoce en el colegio y otro que atiende una herida) pero muchos espectadores, hombres o mujeres, de cualquier generación, pueden sentirse reflejados. Las preguntas son las mismas, las primeras transgresiones, el despertar de la sexualidad, las dudas acerca de la existencia de dios, el mundo adulto que encierra más preguntas que respuestas y, a menudo, como en el caso de la protagonista, es un mundo rodeado de mentiras.

Los niños son sabios para aceptar los reveses y Celia no pierde la dulzura de su mirada ni ante la falta de respuestas de una madre herida que esconde la verdad de su origen, ante una sociedad que la margina. En ese no subrayar hay escenas memorables, como la visita a su abuela materna que, sin palabras, y solo con la dureza de su mirada explica media historia de España. Andrea Fandos es otro descubrimiento del film, muy bien arropada por las niñas Zoe Arnao y Julia Sierra y por Natalia de Molina, en el papel de una madre casi siempre fría e incapaz de afrontar con naturalidad su historia ante su hija.

Habrá que seguir muy de cerca la carrera de Pilar Palomero (Zaragoza, 1980) que tras obtener el título de dirección de fotografía en la Escuela de Cinematografía de Madrid, hizo un máster de dirección con el cineasta húngaro Bela Tarr en la Film Factory de Sarajevo. En sus posicionamientos de cámara, en los planos de este primer film hay ya una voluntad de estilo. A ratos, y salvando las distancias, me venía la cabeza la maestría de Lucrecia Martel y la película ‘Tres hermanas’ de Milagros Mumenthaler. De momento, disfrutemos del buen sabor a cine que dejan estas niñas.

En la imagen: cartel de la película ‘Las niñas’

 

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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