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Sobre injerencias y/o torpezas políticas en la gestión cultural. Una reflexión

Parece un mal karma. Pero el Patio Herreriano vuelve a estar en la prensa nacional por un motivo ajeno a lo estrictamente artístico. La causa: el polémico proyecto avalado por el equipo de gobierno municipal de celebrar el 75 aniversario de la ONU con una exposición en sus salas de Cristóbal Gabarrón, artista vinculado a la ciudad que también cumple 75 años. La polémica tiene como razón principal la injerencia que el proyecto supone en la marcha expositiva del centro, y en la gestión de su director, Javier Hontoria, que lo ha rechazado por activa y por pasiva porque el artista en cuestión no encaja en su línea expositiva ni en sus proyectos ya diseñados. Injerencia que ha motivado la protesta de numerosos artistas y profesionales del sector. El último hito de ese rechazo ha sido el comunicado de la Unión de Artistas Contemporáneos denunciando la intromisión en la programación artística del director del Museo, cerrada, dicho sea de paso, con proyectos propios hasta 2022. El comunicado, como otros artículos sobre el asunto, ha tenido amplia difusión en los medios nacionales y en las redes sociales.

Sorprende (aunque este sea un país de memoria floja, rápido olvido y nulo repaso a las hemerotecas) que el alcalde socialista, Oscar Puente, y su equipo se hayan metido en este jardín en el que llueve sobre mojado. Está aún reciente en la tambaleante marcha de este centro expositivo la dimisión de la que fuera su directora entre 2004 y 2006, Teresa Velázquez, por un motivo similar. El empeño del entonces alcalde León de la Riva, del PP, (como se ve, en esto de meter baza en la gestión profesional de la cultura por parte del poder no hay color político) de programar con calzador la exposición ‘La materia de los sueños’, conmemorativa del V Centenario de la muerte de Cristóbal Colón, cuyo contenido nada tenía que ver con el proyecto museístico del Patio, llevó a la dimisión de la directora, que consideró que esta imposición atentaba gravemente contra la autonomía de su gestión. Pero el asunto provocó más deserciones. Meses antes habían dimitido por la misma razón los miembros del comité asesor del Museo, formado en aquel momento por Antonio Bonet Correa, Simón Marchán Fiz y Eugenio Carmona, para los no iniciados, tres personas con un merecido prestigio en el mundo del arte. También entonces muchos artistas, críticos, comisarios y expertos se pusieron del lado de Velázquez. También entonces el asunto se aireó ampliamente en los medios (como es lógico, por otra parte, tratándose de un museo que alberga, y esto no debe perderse nunca de vista, una importante colección). Vista desde la distancia, no creo que la citada exposición, por más que pudiera tener su interés que yo aquí no niego, figure sin embargo en los anales de la historia reciente de la cultura vallisoletana, pero lo que es seguro es que el hecho fue una piedra más en el tortuoso camino de este museo.

La torpeza política en este caso es aún mayor si se tiene en cuenta que el propio Javier Hontoria se ofreció desde el primer momento a colaborar en el proyecto si este se desarrollaba en cualquier otro espacio de la ciudad. Los hay y tan dignos como el Museo. Es decir, el diálogo frente a la imposición hubiera resuelto el problema. Al parecer la exposición tiene que ser sí o sí en el Patio Herreriano (¿objetivo irrenunciable del artista que se ha postulado para el evento?), aunque para ello haya que levantar antes de tiempo la que en estos momentos ocupa entre otros espacios la Capilla de los Condestables: una instalación creada expresamente para este espacio por uno de los nombres indiscutibles del arte contemporáneo en España, Eva Lootz. Es decir, que, a la falta de respeto que supone interferir en la gestión del director, se sumaría la falta de respeto por la obra de esta destacada artista. Por no añadir que se barajaba como posible fecha de la celebración el 24 de octubre el mismo día en que se inaugura la Seminci, único acontecimiento cultural que por el momento tiene asegurado un lugar en los telediarios del día. ¿Qué necesidad de solaparlos?

A VUELTAS CON LA ONU

No voy a cuestionar la legitimidad de la exposición conmemorativa de una institución tan relevante a nivel internacional como la ONU, ni siquiera pongo en duda el interés que tendría para la promoción de la ciudad si tuviera el diseño y la idoneidad precisas. Pero el apellido ‘ONU’ no debe nublarnos la vista. Diría más, no debemos tomar su nombre en vano, pues al prestigio de la institución tampoco le vienen bien la repercusión de estas cuestiones internas.

NI siquiera voy a juzgar la relevancia o no del artista que se ha propuesto para la celebración. No porque no se pueda ni se deba hacerlo: es más, es el trabajo que hacemos o debemos hacer críticos, expertos, periodistas especializados y mediadores culturales y con un principal destinatario: el público, cuestión ésta última que se olvida con demasiada frecuencia. Pero no es el asunto de este artículo. Por no decir que en estos momentos me siento incapaz de añadir algo a las presuntas declaraciones de la concejala de Cultura, Ana Redondo, (en estos casos conviene aplicar la presunción de inocencia) que al ser preguntada por el rechazo que el nombre de Gabarrón suscita en algunos sectores contestó que muchos artistas sufren rechazo como le pasó a Van Gogh. Nada menos. Pero sí diré que el currículum internacional de un artista no tiene tanto peso en su valoración como el lugar donde tienen lugar esas exposiciones (galerías de prestigio, museos de relevancia…) por muy al otro lado del globo que tengan lugar.

El asunto de este artículo es una vez más, y ya es cansado acudir a semejantes pedagogías a estas alturas del curso, las difíciles relaciones entre la cultura y el poder. Casi cincuenta años de democracia no han servido para avanzar mucho en esta cuestión.

La Cultura es siempre la Cenicienta en todo programa electoral. Virus más resistente que el Covid 21. Los ministros, concejales, consejeros y demás titulares del ramo a menudo son ajenos a cualquier ámbito de la creación o de la gestión cultural. Se trata siempre de una cartera que tiene que compartir espacio con deportes, turismo y otras presuntas ‘marías’ del currículum, aunque luego sus acompañantes reciban el respeto debido, a veces incluso el no debido. Recordemos que muchas veces la Cultura ha desaparecido del consejo de ministros. A nuestros gobernantes les cuesta reconocer que el patrimonio cultural (y ahora no hablo solo de monumentos, claro está) es mucho más que un reclamo turístico que ponga algo de glamour al pincho y la tapa, o la ocasión de hacerse una foto con un artista ‘famoso’, aunque las razones de su fama sean más que cuestionables. En esto, además los medios de comunicación somos de un seguidismo como para hacérnoslo mirar. Que  la cultura es algo que requiere de luces largas y no de rendimientos a corto plazo, que la inversión del dinero público en fomentar la creación de nivel, la que nos ayuda a comprender e iluminar el mundo en el que vivimos no tiene a menudo que ver con masificación de aforos, estadísticas de visitantes o plazas repletas de público en fiestas (cuando eso era posible) es una verdad que aún no ha calado en nuestros gobernantes, a pesar de pertenecer al país donde tuvieron lugar las Misiones Pedagógicas o la Institución Libre de Enseñanza por poner dos ejemplos muy distintos pero igualmente potentes. La rentabilidad del dinero público en la cultura es algo mucho más serio y de más calado, que se fragua con el tiempo con la educación y el criterio y sus resultados se empiezan a ver más allá de la siguiente convocatoria electoral. Pero con un panorama así, con las humanidades siempre en la cuerda floja de los currículos educativos, desde la Escuela al Bachiller, cómo nos puede extrañar el escaso respeto que nuestros gobernantes pueden tener no ya con los creadores sino con los gestores de las instituciones que los albergan, aunque para serlo hayan superado un concurso de las tan cacareadas como necesarias y de sentido común (que no siempre lo tienen) buenas prácticas.

LA MALDICIÓN DEL PATIO

La llegada de Javier Hontoria al Patio Herreriano abría una nueva etapa que en los reducidos círculos del arte contemporáneo (no nos engañemos y a aumentar la amplitud de esos círculos deberían ir enfocados los esfuerzos programadores y no a los fastos y los fuegos artificiales) se esperaba con expectación tras un periodo de ausencia de proyectos propios, por la que el museo había dejado de contar fuera de las fronteras provinciales, y después del apresurado e inapropiado cese de su anterior directora, Cristina Fontaneda. Hontoria superó el concurso, su proyecto fue aprobado y sus primeros pasos levantaban esperanzas de que el Museo levantara a su vez cabeza. Pero apenas año y medio después de su nombramiento se encuentra con el primer torpedo y como suele ocurrir viene de fuego ‘amigo’.

La llegada a Valladolid de la Colección Arte Contemporáneo fue una buena noticia, aunque también fuera fruto de esa megalomanía que les entró en época de bonanza económica a los responsables de ayuntamientos y autonomías por contar con un museo a mayor gloria de su hoja de servicios, aunque luego estos no tuvieran a menudo presupuesto ni para encender la calefacción. Pero una vez aquí lo inteligente, lo necesario y lo políticamente responsable no puede ser sino potenciar ese importante germen de cultura que sin duda estaría llamado a ser. No hay que perder de vista que el Patio Herreriano cuenta con un activo que falta en otras iniciativas de este tipo. Me refiero a la colección, una colección ya bendecida por el tiempo necesario para valorar las obras con perspectiva, mientras que otros museos tienen que arriesgar en adquisiciones cuya relevancia en el futuro está por ver. Los nombres y las obras que la integran son en un porcentaje elevadísimo indiscutibles y este potencial es el que debe dirigir las acciones del Museo, tanto en el programa expositivo como en el educativo y en el de nuevas adquisiciones, cuando pueda haberlas. Lo que no sea esto, vincular el conocimiento de nuestras vanguardias históricas con lo mejor de lo que esté ocurriendo en este momento en la creación contemporánea, será errar el tiro. Pero al Patio le han salido granos desde el primer día, como la colocación de las estatuas de Sus Majestades en el patio que le da nombre, obra que no iba a ser destinada a este espacio y que fue también encajada en él con fórceps rompiendo su armonía y eliminando la posibilidad de utilizarlo para acciones sí encuadradas en su razón de ser. Una alcaldada en la línea de salida.

Si esto se hiciera bien, el reclamo turístico que tanto importa a nuestras autoridades lo tendría asegurado, aunque para ello hubiera que esforzarse más y confiar en los profesionales. Miren a una ciudad como Málaga, de la que copiamos la Feria de Día y su festival de fritanga y jolgorio callejero, pero de la que no hemos copiado la inteligencia para sumar museos de renombre.

SECTARISMO

Por último, una pequeña puntualización. Oigo y leo mucho estos días a propósito de este asunto la palabra sectarismo. Protestar por una injerencia en la programación de un centro cultural no es sectarismo. Que un artista no encaje en la programación de un Museo a juicio de su responsable primero no es sectarismo, ni siquiera tiene por qué ir en detrimento de su consideración artística. Que un crítico haga una valoración basada en el conocimiento y el criterio de un artista no es sectarismo. Utilicemos los términos con propiedad.

Todo esto pasará, como pasó la exposición de Cristóbal Colón. Lo que no debería pasar es la oportunidad de reconducir la cuestión hacia un lugar en el que la mayoría pueda sentirse a gusto, sin menoscabo de ninguna institución ni profesional responsable, aunque leyendo las últimas declaraciones de la concejala no parece qie vaya a ser posible.

 

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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