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65 SEMINCI. TOMA I

COIXET PONE VIDA Y COLOR EN BENIDORM. ROCKWELL DEJA EN GRIS SUS ‘SWEET THINGS’

Zoe Sala Coixet

Lo primero que piensa el espectador asiduo al cine de Isabel Coixet desde los primeros compases de ‘Nieva en Benidorm’ es que ésta será una película distinta dentro de su filmografía. y de entrada es de agradecer que alguien que tiene un sello personal y bastantes éxitos en su trayectoria se arriesgue a transitar otros caminos, con lo fácil que resulta el acomodo,o lo difícil que es cambiar de registro. Luego se verán sus constantes, esos detalles que hacen de la película algo muy ‘coixet’ pero, de entrada, está bien esa invitación a un film que se va a salir de lo esperado. La cineasta compone una madeja con varios hilos de los que tirar. Está, de entrada, el personaje principal: Peter Riordan (magníficamente encarnado por Timothy Spall), un solitario y gris ciudadano de Manchester al que acaban de echar de su puesto en un banco bajo el disfraz de una prejubilación. Riordan tiene una vida tan rutinaria como aparentemente vacía, un hermano al que hace años que no ve y que vive en Benidorm y una afición: la meteorología. En su nueva situación, con todo el tiempo libre por delante y sin nada mejor que hacer, decide ir a visitar a su hermano Daniel. Así es como aterriza en un mundo que le es tan ajeno como lo sería para un antiguo miembro de la tribu zulú si le soltaran una tarde en la quinta avenida de Nueva York. El asunto es que su hermano ha desparecido.

El segundo hilo del que tirar es la propia ciudad de Benidorm. El reino de la paradoja, según la directora. Un lugar que reúne fuera y dentro de temporada a los jubilados residentes de los países nórdicos, al turismo británico de juerga y borrachera y a los integrantes de los viajes del Inserso, jubilados españoles con ganas de juerga y de vivir, si se da el caso, una segunda juventud.

Hay otro hilo recurrente en el film: Silvia Plath. Coixet descubrió leyendo sus diarios que la poeta americana había pasado una temporada en Benidorm tras su boda con Ted Hughes a finales de los cincuenta del siglo pasado. Y sintió lo mismo que sentimos muchos al enterarnos de ese detalle: cuesta imaginar a una joven Plath en un lugar del que a menudo solo nos vienen imágenes nocturnas de clubes horteras y la parafernalia alcohólica y lo ridículos disfraces de despedidas de solteros, aunque en la época en que la autora de ‘Ariel’ lo conoció sería simplemente un paraíso. La directora hace un paralelismo entre ‘La campana de cristal’ la novela más famosa de Plath y esa campana en la que Riordan había vivido hasta su llegada a España.

Con todo ello compone una historia de amor, una historia de segundas oportunidades (aquí Coixet es más Coixet que nunca) o de cómo la vida puede sorprenderte, aunque hasta ahora te hayas negado a vivirla o hayas optado por el camino de la seguridad más ramplona. (y aquí la metáfora meteorológica: el tiempo es predecible hasta que un día no lo es y llega la tormenta perfecta). Y lo hace con la solvencia que da una trayectoria muy sólida pero también con un excesivo cuidado en que el romanticismo quede lo suficientemente escondido para no asustar, como si temiera que ese mundo de la paradoja que es la ciudad se le fuera de las manos. Esto nos obliga a ver la historia sin engancharnos del todo, con placer, pero sin la implicación que sentíamos, por ejemplo, con la protagonista de ‘La vida secreta de las palabras’. Al fin es lo que ha hecho Peter con su vida, vivirla de lejos. Y adereza esta postura a ratos con humor y cierta ironía para la que recurre a momentos muy almodovarianos en el color y la elección de los figurantes.

El filme tiene al actor protagonista su columna vertebral. El gesto adusto de Timothy Spall (solo ríe una vez y es hacia el final del film) es el traje perfecto para el personaje, al que acompaña con solvencia la actriz Sarita Coudhury. ‘Nieva en Benidorm’ cuenta también con una secundaria de lujo, Carmen Machi, y con Ana Torrent en un papel que, aunque quiere simbolizar a los invisibles que nos ayudan a vivir sin que los tengamos en cuenta, no acaba de funcionar y que quizá es lo más endeble de la película.

Tercera película de Coixet con El Deseo, la productora de los hermanos Almodóvar y la premiada Esther García. Agustín arropó a la directora en esta su segunda apertura en la Seminci, que le sirvió además para recoger la Espigar de Honor por su trayectoria.

Un buen comienzo para un Festival distinto, con unas salas acotadas a la máxima seguridad y sin apenas vida social.

Lasse Tolboll

UN DÈJÁ VU

La jornada de apertura ofrecía además la primera película a concurso de la Sección Oficial. ‘Sweet things’, de Alexandre Rockwell, director americano conocido por títulos como ‘En la sopa’ o ‘Alguien a quien amar’ (en la que Tarantino hacía un cameo como barman). Aquí nos presenta a dos niños, Billie y Nico, (Lana y Nico Rockwell los hijos del director) a los que la vida no se lo va a poner fácil. Un padre alcohólico, una madre ausente, una situación económica más que precaria y un colegio del que se puede prescindir sin demasiados problemas es el decorado de sus jóvenes años. Rodada en blanco y negro, con una apuesta fuerte por el contraste, con la cámara al hombro y muy cerca de sus protagonistas la mayor parte del tiempo, nos presenta las alegrías y las desgracias de esos niños que, situados en el lado menos favorecido de la vida, pueden acabar en la delincuencia o en una supervivencia algo más luminosa. Madurarán antes de tiempo, sí, pero habrán endurecido la piel para futuras adversidades. Conclusiones éstas no explícitas en el filme, que deja una sensación de ‘dèjá vu’ constante y la de no aclarar del todo si la historia nos va a conducir a algún lugar más allá de lo que se intuye en las primeras secuencias.

Destaca la banda sonora en la que brillan a ratos Van Morrison y la gran Billie Hollyday. El nombre de la niña protagonista es en sí un homenaje a la célebre cantante de jazz y sus apariciones en los sueños de su tocaya, el único aporte en color de la película.

 

AL BORDE DE LA ALFOMBRA VERDE (I)

La Seminci, como cualquier otro festival que implique inmersión total, supone un paréntesis en la vida. Solía ser así. Una semana larga para olvidar los agrios debates en el Congreso, las meteduras de pata políticas en materia cultural, incluso un clásico Madrid-Barça quedaba aparcado en la penumbra de la sala, cambiado por otras vidas distintas que vivir sin aliento, una detrás de la otra, con risas, lágrimas, sopor, o perplejidad. Pero este año la vida real se ha colado en el patio de butacas. Nos ha marcado vía mascarilla, ese elemento que nos oculta parte del rostro para recordarnos continuamente que ahí fuera el peligro acecha. Ya no es solo el toque de queda y la revolución de los horarios.

11 de la mañana del sábado 24 de octubre en el Teatro Carrión de Valladolid. El primer pase de prensa de la Sección Oficial es el momento del reencuentro. Muchos de los críticos se ven solo aquí en todo el año, pero incluso los que viven de festival en festival aprovechan esta sesión para el intercambio, la broma recurrente sobre el paso del tiempo y la mirada inevitable para ver en las huellas del otro cómo se ha portado el año con él. Pero esta vez no. Un patio de butacas mermado al límite y un silencio atronador. Era como si la mascarilla nos impidiese el habla. El frío era un añadido ad hoc. Salimos ordenada y silenciosamente inmersos en esta distopía semincera. La prueba de que ahora nada es como era. Y se da por bien vivido si pronto podemos volver al abrazo. A dar un codazo al compañero de butacas si le vence el sueño. A comentar entre risas solapadas que la película no alcanza el nivel. O a reconocer en susurros que lo sobrepasa. Al menos en el plato instalado en la Sala de los Espejos del Calderón, Isabel Coixet, Agustín Almodóvar  y el equipo de ‘Nieva en Benidorm’ ponían calor haciendo un llamamiento para que la gente vuelva a las salas. Lugres seguros. Por lo vivido en esta primera jornada, se puede dar fe. Y el cine se juega mucho en este asalto.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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