EL MUSEO THYSSEN DE MADRID EXPONE EL HOMENAJE DEL PINTOR SEGOVIANO A AERT VAN DER NEER
En una trayectoria artística dedicada en una de sus vertientes a explorar las posibilidades del paisaje o, mejor, a explorar lo que queda en el lienzo de un paisaje cuando se le despoja de los datos concretos ya sean cartográficos, físicos o de lo que es visible en un lugar y a una hora concretos, era posible esperar que la mirada de Alberto Reguera, la mirada diríamos iluminada, la que nos conecta con lo que fluye debajo de la apariencia, se cruzara con la de Aert van der Neer. El resultado de este cruce se exhibe en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid. El homenaje al pintor neerlandés que ocupa el balcón de artistas invitados del museo es el resultado de la propuesta que la institución hace a artistas contemporáneos para trabajar sobre alguno de los cuadros de la colección.
Y Reguera se fue a fijar en un cuadro de pequeñas dimensiones, una de esas joyas destinadas a pasar desapercibidas entre nombres rutilantes y obras clave en toda colección que se precie. Pero ‘Claro de luna con un camino bordeando un canal’, pintado entre 1645 y 1650 en plena Edad de Oro de los Países Bajos, tenía muchas conexiones con la obra del artista español. El claro de luna del título, nocturnidad, reflejos dorados, contrastes, una relación dinámica entre el cielo y el horizonte…
Lo que ha inspirado a Reguera de su antepasado neerlandés queda fijado por partes en la serie de 23 cuadros de los cuales 10 conforman la exposición del Thyssen. Cuadros resultantes de fijar la mirada en un fragmento del lienzo o en un aspecto cromático y desarrollarlo desde la abstracción que es su lenguaje. Para el pintor, nacido en Segovia en 1961, Van der Neer pinta esta obra en un momento importante del desarrollo de la pintura del paisaje. A partir de 1630 los pintores holandeses empiezan a dar protagonismo a los cielos, lo que tiene como consecuencia que el horizonte ‘baje’ significativamente en el lienzo. ‘Un cielo inmenso, un horizonte lejano’ es el título de una de las obras de la exposición que ejemplifican este punto. Y en ese espacio aéreo, la nube, otro gran asunto temático en la obra de Reguera. Otro de los aspectos relevantes en cuanto a las conexiones entre uno y otro artista, en referencia siempre al cuadro tomado como punto de partida, es la importancia que concede al reflejo de la luna en el agua del canal. Para Reguera esta obra es un precedente de las pinturas que evocan el claro de luna francés e incluso yendo más allá (más acá en el tiempo) su rastro llegaría hasta Monet. Si en el desarrollo del arte aceptamos que no hay compartimentos estancos, entendemos, por último, la conexión oriental tan fundamental en su obra y que aquí se observa en el efecto de la montaña flotante, la montaña-agua simbolizada en el pigmento que pugna por salir del cuadro.
Lo primero que advierte el artista tanto en los textos de presentación como de palabra al visitante que se acerca al Museo es un dato que puede pasar inadvertido y que tiene que ver con la consideración objetual del cuadro, algo que viene siendo una constante en los últimos años de su trayectoria: dado que la obra de referencia es un lienzo pequeño inmerso en un marco de grandes proporciones, Reguera ha jugado con los bordes del lienzo, que en algunos casos son bastante anchos, y con el hecho de que ningún bastidor sea completamente plano. Además, cada cuadro guarda las proporciones de la obra original.
Una vez establecido el campo de operaciones cada obra remite, como decíamos, a un fragmento del cuadro elegido, a excepción desde mi punto de vista, de ‘Resplandores nocturnos’, número 11 del catálogo, que es una traducción global del ‘Claro de luna…’ al lenguaje del artista español. La disposición de las masas de color, la centralidad de la luz lunar atravesando las nubes, los reflejos dorados… No sería aventurado pensar que el propio Van der Neer pudiera reconocerse en la traslación al abstracto de su paisaje. En esta obra está presente toda la gama de colores con la que ha trabajado la serie: desde los azules a los ocres, pasando por los cobrizos.
En otras obras, el artista ha enfocado más de cerca, hacia un fragmento de la obra que ampliada se convierte en un paisaje nuevo como en ‘Ampliadas visiones celestes’, o en ‘Espejo crepuscular’.
El resultado visible es una colección de obras en las que Reguera parece haberse reencontrado consigo, con lo más esencial de su trabajo. Aquí es más Reguera que nunca. Y ello a pesar de que hablamos de un artista cuyos pasos en distintas direcciones han estado presididos siempre por una coherencia y una ‘prudencia’ si cabe este adjetivo a la hora de explorar nuevas posibilidades expresivas. Caminos (pintura objetual, expandida, vídeo instalaciones) que no ha descartado pues, como él mismo explica, en este momento trabaja en paralelo en varios de esos aspectos, según el guion temático de las series.
La exposición podrá verse en el museo madrileño hasta el 9 de mayo.