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Katya Adaui: “Cuando me entregué a la escritura, se volvió como una tela sobre mi cuerpo”

UNA CONVERSACIÓN, TRAS LA LECTURA DE ‘GEOGRAFÍA DE LA OSCURIDAD’

Dice Katya Adaui que su literatura cambió en 2014. Lo dice así, con precisión. “Cambió cuando me fui a estudiar a Buenos Aires. Con el duelo de mis padres, mi literatura cambió”. Adaui escribe como habla, con precisión, con contundencia. Pero, igual que en la oscuridad de sus relatos se esconde la ternura, responde a las preguntas con amabilidad y cercanía. Con la risa que apacigua la distancia de un zoom en tiempos pandémicos. Eso sí, se toma una pausa para pensar las respuestas. Hace unos meses salió en España su último libro de relatos, ‘Geografía de la oscuridad’ (Páginas de Espuma) y ahora se encuentra en plena promoción en Argentina y más adelante en México, donde su país natal, Perú, es el invitado en la próxima Feria del Libro de Guadalajara. Antes hubo otros relatos y una novela, pero ella se reconoce a partir de ‘Aquí hay icebergs’. Ese momento del cambio:

Katya Adaui . Foto: Alejandra López

“Fue el momento en que dije voy a entregarme a la escritura y ya no le dedicaba las sobras del día. Se volvió como una tela sobre mi cuerpo. Me uní a mi escritura. Antes le dedicaba el tiempo que me sobraba. Pero desde ese momento ya defendí mi estilo, mis rarezas y mi complejidad también.  Me acuerdo de que en ‘De vidas ajenas’, de Emmanuelle Carrère, el narrador dice que el mejor piropo que dice el juez de una persona es que sabe dónde está parada y ahí yo supe dónde estaba parada que era al borde de mi escritura”.

En ‘Geografía de la oscuridad’ la autora se sumerge en el proceloso mar de las relaciones paterno filiales. Un lugar lleno de náufragos… Hijos sin padres, padres con hijos que no son suyos, hermanos que se desconocen… La familia como necesidad, pero también como esa geografía oscura donde todos andan a tientas.

“La familia queda un poco denostada siempre en la vida. Es de la que nos quejamos, pero al mismo tiempo si no tuviéramos una familia en estos tiempos de pandemia, una casa, qué desangelada sería la vida sin ese refugio. Pero cuando escribo es como si saliera fuera de mí y dejo que las cosas ocurran, y lo que debe ocurrir literariamente es el malentendido. No puede haber otra forma. Dar cuenta de esa instancia de confusión, de ambigüedad, de amor odio de deseo y represión que existe en todo vínculo amoroso. Uno discute con quienes quiere, la gente que uno quiere es con quien discute. Este tema de la familia siempre había sido un tema para mí, pero nunca lo había llevado a un límite. Como sacarle su zona de cuidado y de amor y decir ‘que se vaya todo al diablo’. Dar cuenta de ese instante en el que las cosas están al límite de su fractura”.

AL LÍMITE

Vidas al límite. Del desarraigo, de la huida. Una hija que corre para huir de su madre, seres que se gritan de un cuarto a otro y no pueden ayudarse.

“Sí, me acuerdo de ese cuento [‘Correr’]. En los que hay madres, las madres son bastante fagocitantes y monstruosas, y aquí había una hija que corría por paranoia porque la madre iba a alcanzarla siempre. Y el padre venía de una leyenda de parálisis. Ese cuento había terminado antes y de repente pensé esto están varados y se gritan de un cuarto a otro… Me dio risa y horror al mismo tiempo. ‘Quién ha escrito esto por mí’, me preguntaba. Yo misma me sorprendo”.

Aquí no hay paños calientes

“Sí, pero también, así como yo no concibo el mundo sin ternura, no concibo mi propia escritura sin ternura. En esto hago hincapié en mis talleres: ‘No asfixien toda vida’. Mis personajes también son graciosos se enfrentan a sus padres con el instinto de supervivencia desde el humor, saben irse, les devuelven su venganza oral, se defienden con lenguaje, no se dejan apabullar y se defienden con el silencio de la retirada. Hay oscuridad, pero también una luz que es una fuga hacia el humor”.

Hay una intensidad lírica en los relatos, elipsis, economía de recursos, exploración en el lenguaje propia de una lectora contumaz de poesía. Erri de Luca, Blanca Varela, son nombres que salen a la conversación cuando se habla de esa conexión. “Me doy cuenta de que mi interés es el lenguaje, voy a jugar allí con absoluta seriedad. Es la primera vez que me interesa tanto la trama, quería conflicto, pero no quería que fuera el conflicto el que movilizara el lenguaje, sino que el lenguaje movilizara el conflicto. Y ahí tomé decisiones que vienen de esas lecturas”.

Como en la poesía, son cuentos para volver a leerlos una vez concluidos y eso que en su caso no es defecto sino atractivo puede ser un riesgo. Un riesgo que asume con gusto. “No sabes con qué gusto. Si a mí me costaron como no te van a costar a ti. Escribir es atar cabos y hay que permitir al lector que ate cabos también. Por eso también estoy pelada de adjetivos, de pistas. Yo también tenía esa escritura colegial: adjetivo sustantivo… Pero no. Hay que permitir el pacto con el lector, que complete lo que estás entregando. La escritura que es fácil es otra cosa para mí, que respeto por supuesto”.

Katya Adaui acaba de terminar una novela, lo dice así, aunque parece que este tipo de fronteras entre géneros no le interesa. “Es una preocupación comercial de la que me desapego mucho. Como escritores deberíamos poder transitar entre géneros sin tener que meterlos en la casilla. Lo que más me interesa es el tránsito entre géneros porque no es cierto que la novela sea un género mayor: el cuento en lo formal es de una complejidad absoluta, no creas u n mundo, sino dieciséis. Es una cuestión difícil. A mí lo que me interesaba era el largo aliento. Lo llevo a mi vida: me gustan las distancias largas y mi escritura era un poco lo contrario, lo breve, aunque me hubiera costado mucho esfuerzo. De pronto, la edad, las buenas lecturas, se me fue yendo la idea de la novela es esto y el cuento esto. Nunca sé lo que va a salir, me siento y lo voy descubriendo, mi interés es la porosidad, rendirle homenaje a la mezcla, que yo también soy”.

Y, como tantos otros escritores y escritoras, tiene una intensa relación con el psicoanálisis. Una cuestión porosa hacia su escritura. “[El psicoanálisis] es para mí es una relación de amor y de entrega. Es precioso. La palabra transferencia que tiene su carga comercial pero también ese lado de yo te devuelvo lo que tú me das. Cuando Freud cree que puede curar a través de la palabra ¿no es eso la escritura también? Uno da, el otro devuelve, una relación entre pares. La honestidad está sobreentendida, un lugar de confianza, donde voy a entregarme al misterio de mi propia existencia con toda su zona de horror y de belleza. Yo estoy muy agradecida a mis sesiones, a mi analista. Me encanta analizarme y creo que le hace muy bien a mi escritura. Porque cuanto más profundizo en mí, más profundizo en ella. Es un lugar de cuidado para mí. Es al que voy más puntual, el que nunca me lo pierdo. No quiero ser dada de alta. (risas)

También en esto fue una niña rara: “En el Perú es poco frecuente. Yo me analizaba desde muy chica. Creo que uno de mis primeros recuerdos es con siete años decirles a mis padres que quería ir a un psicólogo. Yo misma pedir un lugar para ir a tener una evolución ajena a mi familia, un lugar donde no voy a ser juzgada. Qué atenta siempre estuve a cuidar mi salud mental”.

‘Geografía de la oscuridad’
Katya Adaui
Ed. Páginas de Espuma
120 páginas
15 euros

 

 

 

 

 

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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