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Un camino por el que transitar

(Publicado en la edición impresa de El Norte el 8 de mayo del 2008)

Titirimundi explota hoy en Segovia, una ciudad que durante días será la capital mundial de las marionetas. No es exagerado el verbo ni la frase. En estos más de veinte años de existencia, el Festival Internacional de Títeres de Segovia ha recorrido el camino que media entre ser una curiosidad para entendidos, la pequeña joya para ese público sensible y dispuesto a conocer nuevos lenguajes en el arte –que se juntaba en la calle con el que recuperaba para sí o sus pequeños la magia y la risa de la cachiporra de su infancia– y el Festival masivo que concentra a miles de espectadores, que llena una ciudad y exporta a las adyacentes sus espectáculos. La cifra de los 80.000 espectadores que se prevén para este año es suficientemente explicativa. Es curioso que este Festival no haya tenido un comienzo vacilante, como ocurre otras veces con manifestaciones que tras la facilidad de la primera mirada esconden una propuesta diferente, arriesgada y sin vocación de halagar a una mayoría. El ‘núcleo duro’ de esta apuesta estuvo ahí desde la primera edición. Excelencia y público. Me atrevo a decir que incluso era mucho más visible en las primeras ediciones, cuando los espectáculos de pequeñísimo formato tenían los espectadores justos y se veían con tal relajo que su impronta duraba tiempo y tiempo. Probablemente tenga algo de injusto añorar los tiempos en los que era posible dejarse llevar por la música que salía de un zaguán y engancharse en un patio renacentista a un espectáculo llegado desde lejanas tierras y del que se salía transformado inevitablemente. Pero no estará de más recordar, cuando ya se puede prever otro éxito masivo porque ha sido la tónica de las últimas ediciones, que, además de las estadísticas que tanto ufanan a las instituciones patrocinadoras, este tipo de encuentros de alto voltaje cultural no deben perder su esencia. Y ésta no es otra que el riesgo –un Festival está para ver las propuestas creativas imposibles en circuitos comerciales aunque lo comercial está casi ausente de este género por definición– y la oportunidad de contemplar en directo espectáculos a los que es difícil acceder por lejanía u otras circunstancias. En esta línea es muy de aplaudir la unión de esfuerzos entre instituciones culturales tangentes. En este caso, la colaboración entre el Museo Estaban Vicente y Titirimundi que ha hecho posible un auténtico hito en el certamen. La presencia de un espectáculo que recoge la estela del creado a finales de los setenta por Joan Baixas a alimón con el talento creativo de Joan Miró. La última vez que se representó fue en la Tate Modern, ahora llega un escenario que se diría que es su espacio natural. Me consta que era un deseo largamente acariciado por el director del certamen, Julio Michel. Ojalá que la línea abierta por el Museo y el Festival –el prestigio unido multiplica, la envidia resta– sea el inicio de un camino a seguir.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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