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Cine, nada más (4)

Es ya casi un lugar común decir que gran parte de lo mejor que se está haciendo en estos momentos en el cine –y el cine español no es ajeno al fenómeno– procede del mundo del documental. O de ese cine a caballo entre la realidad y la ficción, que tiene el sello del documental en su factura. La Sección Oficial de la Seminci guardaba uno de estos ejemplos: ‘Una cierta verdad’, de Abel García Roure. Es el primer largometraje de este director que fue ayudante de dirección de José Luis Guerín en su película ‘En construcción’ y sobre el que realizó el documental ‘Apuntes para un retrato’. Algo de esa escuela se puede detectar en ‘Una cierta verdad’ y algo también de ese buen cine, documental o no, que se está haciendo en estos momentos en Cataluña, de donde proceden interesantes experiencias y directores.

García Roure opta por el documento, coloca la cámara en la unidad de psiquiatría del Hospital Parc Taulí de Sabadell, en las cercanías de Barcelona, y hace el seguimiento de los médicos y sus pacientes. En concreto, el filme sigue la evolución de seis de ellos, afectados por graves trastornos psicóticos. Conocemos a Javier, por ejemplo, que tiene alucinaciones auditivas desde hace 20 años y que sufre alucinaciones de ‘temática cósmica’. Y a una mujer convencida de que ha sido embrujada por una voz que ha acabado con su tranquilidad vital y con la posibilidad de llevar una vida normal.

Es la de García Roure una mirada positiva tanto hacia la enfermedad como hacia la labor de los médicos y los demás miembros de los equipos que se ocupan de estos pacientes. Ajeno al tremendismo que algunas de las situaciones que se viven en una unidad de urgencias psiquiátricas podría ser una tentación, el director se permite incluso una mirada humorística en ocasiones al tiempo que llena de respeto. Hay situaciones que causan hilaridad pero también empatía.

El objetivo suele acertar con la distancia. Se acerca cuando es necesario y se aleja cuando el respeto a la intimidad del paciente así lo aconseja. La luz es una luz fría, azulada, acorde al lugar en el que suceden las historias y la fotografía se detiene incluso en la cochambre que muestran en ocasiones estos grandes centros hospitalarios. En la calle, la luz más amable no esconde los dramas de estos enfermos.

Una cierta verdad’ da cuenta asimismo de cómo ha cambiado la asistencia psiquiátrica en estos años. El seguimiento externo al hospital que se hace de Javier, antes de su ingreso, ofrece parte de los mejores momentos del filme. Este no se centra en otras cuestiones como la masificación de los hospitales o las dificultades de los sanitarios para hacer su trabajo. No es el tema de este documental que es de lo mejor que nos ha ofrecido la presente Seminci hasta el momento. Buen cine por una buena causa: ayudar a quitar los estigmas de las enfermedades mentales.

Flame and Citron’, la segunda película a competición en la jornada de ayer, traslada al espectador a la Dinamarca de 1944, en plena Guerra Mundial, y le introduce en las peripecias de un grupo de la resistencia para centrarse en dos de sus miembros, cuyos nombres en clave dan título al filme. Una historia de patriotismo, riesgo, espionaje y delaciones en medio de uno de los conflictos que más argumentos ha dado al cine. Una buena película, en definitiva. Tres palabras resumen la obra de Ole Christian Madsen. Una historia bien llevada, que mantiene el interés a pesar de su extensión –el excesivo metraje es una epidemia sólo soportable cuando la película alcanza ciertas cotas de calidad– y que acierta también con la ambientación y los actores.

No así la tercera película que proponía el programa de la Sección Oficial. ‘Dr. Alemán’ es una historia prescindible que, queriendo contar un drama social y humano, acaba convirtiéndose en una caricatura.

La película hace aguas desde el planteamiento de su principal protagonista, un joven médico alemán que elige para sus prácticas un hospital situado en un barrio marginal de la colombiana Cali. Y se ahoga en un guión impreciso, que bascula entre obviedades y cambios de dirección. Todo queda diluido en el filme de Tom Schreiber: los motivos del doctor, su presunta historia de amor con Wanda, las peleas entre los jóvenes sicarios.

La vida de las favelas, la violencia entre bandas rivales, son descritas con trazo grueso, como los personajes que acaban siendo una caricatura de sí mismos. Ni la banda sonora, con guiños de bolero se salva del derrumbe.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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