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Quitarse el pendiente

(Publicado en la edición impresa de El NOrte de Castilla el jueves 20 de noviembre del 2008)

Como todo lo que se lee en la infancia, esta historia se me quedó grabada. La contaba el personaje de una novela a propósito de una costumbre ancestral china. Contaba el relato que cuando nacía el primogénito de una familia principal, se le ponía un pendiente en la oreja. El truco era engañar a los dioses haciendo ver que era un niña, pues ya se sabe que las mujeres tenían mucha menos importancia en cuestiones dinásticas (y de las otras) y no suscitaban el interés divino. De esta manera, el niño quedaba protegido frente a la envidia de quienes pretendieran arrebatárselo a la familia.
Nunca lo olvidé: un pendiente como amuleto frente a los celos, el mal rollito, la animadversión injustificada, esa que corre como un río subterráneo y aparece de improviso a la menor ocasión.
Puede que a los dioses chinos de la historia se les engañara así con un amuleto en forma de zarcillo pero, por desgracia, con los hombres normales y corrientes las cosas no son tan fáciles.
La vida nos enseña a menudo que un pendiente no basta para alejarnos de quien se nos aproxima con intenciones poco claras. Un amuleto no es la prueba que nos permita distinguir las sonrisas falsas, la amabilidad fingida de quienes ante nosotros se muestran como amigos y a nuestra espalda se muestran como implacables adversarios.
Pero la cantidad y calidad de nuestras defensas dependerá de muchas cosas, y no solo de nuestra capacidad de aprendizaje o de estar alerta. También del lastre que estamos dispuestos a transportar en la mochila.
Porque las armaduras pesan, dificultan los movimientos, y las sonrisas, cuando no son sinceras, provocan una tensión insoportable en la mandíbula. Un precio muy alto.
Hay a quien la vida le ha debido de tratar fatal desde el principio a juzgar por la profundidad de las trincheras que tiene alrededor y de la facilidad con la que dispara a dar, siguiendo la máxima de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Por el contrario, hay gente de aprendizaje lento, a la que ni siquiera le hicieron los agujeros en las orejas al nacer y para cuando quiere ponerse los pendientes ha sufrido ya daños serios en su estructura. Para colmo, los pendientes de ‘clip’ le producen alergias y anda así, entre batacazos y rozaduras, defendiéndose a duras penas.
Inevitablemente, por mucha suerte que tengamos, la vida nos forzará a construir nuestras propias barricadas. Lo difícil será distinguir cuándo podemos dejar el escudo en casa, y llevar la espalda relajada sin temor a que en un descuido nos partan la cara o, como dicen las películas cursis, nos rompan el corazón.
Lo malo de todo es que hay gente que ni siquiera es consciente ya de que lleva puesto el chaleco antibalas porque se ha mimetizado con su propia piel. Y además considera al que se lo deja en casa un pobre imbécil que no llegará a ninguna parte.
Yo propongo un día al año de desnudo integral, aunque caigan chuzos de punta.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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