Leo que Alfredo Landa en sus memorias reparte estopa en todas las direcciones. No he leído el libro. Tan sólo lo que de él se ha escrito en los medios. Incluidas las declaraciones del protagonista que, por cierto, no ha censurado –¿o ha sido idea suya?—que se titulen ‘Alfredo el Grande’. Vale.
Lo que ha trascendido, supongo, con su beneplácito, son las miserias del oficio que parecen ocupar una parte sustancial de la obra. (El mal carácter rayano en la crueldad de un inmenso actor que fue Fernando Fernán-Gómez, el divismo de Imperio Argentina, la racanería de José Luis Dibildos, la cicatería personal de Garci, las malas artes profesionales de José Luis López Vázquez, el egocentrismo de Gracita Morales… Y así sucesivamente. No sé si se salva alguien, pero si la grandeza se mide por algo más que el tamaño físico, como parece sugerir el título de las memorias, su protagonista queda en estas entrevistas y reseñas bastante disminuido.
No descarto que el libro sea más que lo que parece: un ajuste de cuentas de alguien que ha llegado al final de su carrera con amarguras o rencores no resueltos, que bien podría haber titulado la obra ‘¡Os vais a enterar!’. Tampoco hay que descartar que, siguiendo el libro de estilo que imponen las nuevas tendencias, tanto las reseñas periodísticas como las preguntas hayan hecho hincapié en los más amarillento de sus páginas, lo que a la postre reportará pingües beneficios en taquilla., y que dentro haya alguna idea, emoción positiva, relación amistosa o experiencia digna de ser contada en un oficio no siempre bien tratado. Por supuesto que no se esperaban grandes elucubraciones ni descubrimientos acerca de tan apasionante profesión.
Pero al hilo de sus declaraciones pienso ¡qué necesidad!. Al fin y al cabo, Alfredo Landa había redimido su pasado de actor insignia de la España más cutre de la Transición. Había conseguido gracias a la confianza de algunos directores y personajes que era un actor capaz de hacer más cosas aparte de saltar de cama en cama en calzoncillos, como el mismo dice de sus años más locos profesionalmente hablando. Y ahora que estaba rehabilitado y que se había retirado por la puerta grande y con la bendición de un Goya honorífico –cuyo discurso de agradecimiento tuvo en vilo a media España y humanizó aún más al personaje—va y arremete sin pudor contra tirios y troyanos sumándose a esa corrala de vecindonas en la que algunos se empeñan en convertir la vida pseudo cultural española.
Hace falta haber hecho cosas muy grandes e importantes como para que algunos asuntillos de orden casi doméstico tengan interés en un libro de recuerdos. Aunque ahora lo que priva es sacar algún trapo sucio que pueda ensombrecer carreras ilustres en el orden que sea. Lastima que los grandes hechos no sean noticia y sí las pequeñas miserias con las que al parecer muchos se pueden identificar. ¡Así nos va!