(Publicado en la edición impresa de EL NORTE DE CASTILLA del 4 de diciembre del 2008)
La entrevista había terminado. Pero el entrevistado pidió prórroga: se le había quedado un mensaje sin emitir en esos escasos minutos que tienen las entrevistas de radio. El mensaje era un aviso sobre la publicidad de los juguetes que estos días nos abruma. «Ahora que se acerca la campaña de Navidad es importante que nos demos cuenta de qué regalos trae rán a los niños los Reyes Magos. Porque la mayoría reproducen los roles atribuidos a niños y a niñas que luego están en el origen del machismo y la violencia», dijo, más o menos literalmente, (‘roles bien pasados por la mente tortuosa del torturador’, añado yo). En ese momento presté atención. Era la primera que oía a un hombre con responsabilidad pública poner el dedo en esa llaga tan claramente en un medio de comunicación. No sé qué responsabilidad tenía, pero le entrevistaban a propósito de la enésima víctima de la violencia de género. Tiene razón. Vienen días en los que cualquier optimismo en torno al verdadero alcance de la presunta igualdad entre hombres y mujeres que establecen las leyes se viene abajo. Aparecen las mamás prematuras cuidando de muñecos que cada vez se parecen –a veces hasta el escalofrío– a niños reales. Y los niños disfrutando de la tecnología punta, de juguetes que emulan el desarrollo científico y técnico. Y por supuesto vinculados a los coches o cualquier otro vehículo motorizado. Son días ‘punta’ pero no los únicos en los que la publicidad muestra que da pasos de hormiga hacia la igualdad. Dicen que la venta de coches ha caído estrepitosamente, pero lo que no cae es la forma de venderlos. Me fijo siempre en las fotografías de esos salones del automóvil, donde se vende velocidad, potencia, lujo y glamour cromado. Me fijo en esos flamantes deportivos o en esos modelos de alta gama que –¡oh casualidad!– suelen mostrarse al lado de espléndidas mujeres vestidas para la ocasión. (No, no precisamente con un mono de esos de la Fórmula 1). El asunto no le escandaliza a nadie al parecer. Ni siquiera a las autoridades de Madrid (capital y comunidad autónoma) tan sensibles en asuntos de publicidad y dignidad, que recientemente prohibieron a los hombres-anuncio de las calles del centro de la capital. Esos hombres que al fin y al cabo sólo anunciaban la mercancía a sus espaldas, sin que vendieran ninguna otra mercancía personal. No oí ni a la presidenta ni al alcalde de Madrid decir ni pío de la dignidad de las ¿modelos? ¿azafatas? ¿floreros? (no sé exactamente qué etiqueta poner) que posan a veces medio tumbadas y mostrando palmito sobre las carrocerías brillantes de los automóviles. Tampoco a ninguna organización feminista o institución relacionada con los derechos de las mujeres. El asunto de la dignidad pasa al parecer más desapercibido cuando va envuelto en ropa de última moda, aunque sea escasa. Vienen tiempos de crisis (todos hemos tragado ya con ello) y ya se sabe que las crisis se ceban con los más débiles. Veremos qué factura pasa al difícil camino hacia la igualdad.