Fue unos días antes, quizá un mes, de que el horror se instalara en Gaza ante la mirada impotente de los organismos internacionales. Andes de que la tele-realidad nos mostrara a niños de futuro agonizante, a civiles con las heridas abiertas y la esperanza muerta. Era casi de madrugada. Hacía ‘zapping’ después de haber visto una película y me topé con uno de esos programas-documento (¿quizá ‘Documentos TV’ en La 2? No lo recuerdo bien). El reportaje iba de médicos, pero en un tono muy diferente a ese House que ahora mismo hace furor en la noche de los martes, aunque no haya descubierto todavía muy bien por qué. Un grupo de médicos jóvenes de distintas especialidades (una anestesista, dos traumatólogos…) comenzaban una experiencia de seis meses en un hospital de Tel Aviv donde se desarrollan técnicas novedosas. En el hospital convivían y se mezclaban médicos y pacientes de distintas procedencias, de distintas religiones y culturas. Había árabes e israelíes, musulmanes y judíos, judíos ortodoxos, unos con bata o pijama verde, otros con la salud en vilo y la familia empantanada. La cámara siguió los pasos de los médicos españoles desde su salida de Madrid hasta su vuelta a casa. Reflejó sus incertidumbres ante lo que se iban a encontrar, sus dudas acerca de si encajarían en el grupo, de si estarían a la altura de lo que se esperaba de ellos.
En el otro lado, también la sorpresa de los médicos de Tel Aviv ante la juventud de sus colegas españoles, el acomodo a distintas formar de actuar, las costumbres sociales tan diferentes, y, a medida que avanzaba la experiencia, el trabajo conjunto, el aprender a mirar con los ojos del otro… Sin eludir las dificultades para que una madre de un niño palestino atravesara la frontera a tiempo para poder estar en la delicada operación de su hijo, la lucha por seguir adelante de un soldado israelí malherido… La vida misma en esa parte del mundo.
Fuera del hospital, la vida más amable, el turismo, el mar, las relaciones de amistad que inevitablemente se iban tejiendo entre médicos y pacientes. Al final, la satisfacción por la enriquecedora experiencia y las lágrimas de la despedida. Me apasionó. En los días siguientes las crónicas televisivas hablaban de lo de siempre: de la basurilla que se recoge aquí y allá en esos programas vistos y comentados hsta la náusea. Ninguna se ocupó de este programa toda una tesis doctoral sobre tele-realidad. ‘Entretenido’ –esa ‘gran’ filtro de lo que hoy damos en los medios– transmisor de verdaderos valores y verdadera prueba de que otros mundos son posibles y están en éste. Estos días de guerra me acuerdo del programa, del hospital y de sus médicos. En estos días en los que el gobierno israelí no parece calcular el peligro de antisemitismo que se puede extender en el mundo, en los que nadie parece calcular cuánto tiempo va a costar no sólo reparar las heridas sino reparar el odio, pienso en esa isla. Van a hacer falta muchas así para que vuelva la paz.
En Gaza han muerto ya 1.000 personas.