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Pandemia y Cultura, el ejemplo del Hay Festival

 

El pasado jueves, mientras profesionales de la cultura, actores, programadores, técnicos de espectáculos… se manifestaban en varias ciudades españolas haciendo visible la debacle que para un sector vital (también en la economía) está suponiendo la pandemia y su gestión, la edición española del Hay Festival abría sus puertas un año más en Segovia, apoyando con el ejemplo la reivindicación de que la cultura es un derecho fundamental en la vida de la gente. Adelantándose, por cierto, a la declaración institucional del Senado sobre la cultura como bien esencial.

(Un paréntesis: la de Valladolid, que es la manifestación que pude conocer de cerca, fue un ejemplo de participación, orden, seguridad y excelente coreografía como corresponde a profesionales de las artes escénicas).

La decimoquinta edición del festival literario en la ciudad del Acueducto (sin duda uno de los más importantes a nivel nacional) estaba llamada ser la más festiva de cuantas se han celebrado hasta el momento, no en vano tenía lugar tres meses después de la concesión del premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Pero las circunstancias de todos conocidas la han convertido en la más silenciosa pero contundentemente reivindicativa. Porque cada acto que se celebró, cada encuentro y cada recital, cada oportunidad para repensar nuestro futuro como ciudadanos, como habitantes de un planeta cuya naturaleza ponemos en riesgo cada día fue una demostración de que la cultura puede y debe ser segura, de que puede y debe seguir adelante, de que, como se dejaba patente en las citadas manifestaciones, la cultura no puede parar.

No hay riesgo cero. Vivir ya es un riesgo, pero, en el recién clausurado festival, daba gusto ver cómo se sucedían las citas literarias, artísticas, científicas, con una organización atenta y un público responsable. Una foto de situación bien distinta de esas otras que muestran a trabajadores procedentes de los distritos confinados de Madrid obligados a llegar a su trabajo en transportes públicos atestados de viajeros. La comparación no pretende ser demagógica porque simplemente muestra el surrealismo en el que nos movemos en estos tiempos difíciles. También en el mundo de la cultura se dan errores, pero son excepciones: ahí están los espectadores del ‘paraíso’ del Teatro Real pegados unos a otros. Situación bien distinta a la que vivimos precisamente en otro teatro: el Juan Bravo de Segovia, donde la organización del Hay Festival no permitía más de dos (o en las filas más anchas tres) espectadores que, repartidos por todo el teatro, conformaban un aforo limitado pero suficiente.

Para los que hemos seguido una tras otra las distintas ediciones del certamen, en la de este año hemos echado en falta esa alegría de vivir, leer y pensar que supone siempre. Ese bullicio de seguidores de tal o cual autor o autora yendo y viniendo de una sede a otra, con la prisa de llegar a cuantos más actos posible, lectores apasionados que comentaban la experiencia a la salida el encuentro. Incluso hemos echado de menos las largas colas en una de sus sedes principales, la IE University, con público entrando y saliendo y comentado en alto de fila a fila lo último del Festival. Porque hay que decirlo: el público respaldó desde el minuto uno esta ‘manera de imaginar el mundo’, que fue capaz de reunir en aquella primera añorada edición de 2006 a escritores como Doris Lessing (un año antes de recibir el Nobel) e Ian McEwan junto a un plantel de primera fila de autores del otro lado del Atlántico, por citar solo a aquellos a los que es difícil reunir en un mismo escenario si no es en un certamen auspiciado sin reservas por instituciones públicas y privadas. Que debe ser un objetivo ineludible.

Porque otro punto que pone de manifiesto año tras año este Festival es la importancia del contacto físico entre creadores y público. Es cierto que las nuevas tecnologías han permitido durante la peor etapa del confinamiento mantener el fuego, pero no lo es menos que el calor de la proximidad, la posibilidad del diálogo cara a cara, de compartir un mismo espacio sea un patio de butacas o el más recóndito jardín, crea una energía que ninguna pantalla podrá sustituir.

Este es el bagaje que debe defender un festival que puede y debe ser ambicioso. Y que este año ha dado muestras de esa ambición superando todas las dificultades y apostando por su continuidad cuando lo más cómodo hubiera sido esperar tiempos menos críticos para seguir adelante. Y esta es la reflexión que a mi juicio debe pesar en los patrocinadores del evento:

Analizar cuáles son las actividades que dejan poso, que fomentan en este caso la lectura, que abren la mirada e invitan a la reflexión, que ejercen una labor pedagógica porque crean públicos con criterio, y diferenciarlas de esos otros ejercicios pseudo culturales a mayor gloria de una foto institucional que amarilleará rápido y cuyo coste probablemente exagerado se habrá sustraído del verdadero fomento del derecho fundamental de la ciudadanía al acceso de la cultura con mayúsculas. Incluso de aquellos otros que bienintencionados no cuentan con el asesoramiento de los verdaderos expertos en la materia, pues son dirigidos sin ningún criterio. ¡Ah, el criterio! Cosa tan escasa…

Por cierto, que el Hay Festival de Segovia no ha sido el único encuentro literario que ha resistido el miedo a base de voluntad y buena organización. En la misma frontera en la que el verano deja paso al otoño, otra cita ineludible para los amantes de la buena literatura, las Conversaciones de Formentor, ha vuelto a reunir a autores, editores y lectores en otro ‘marco incomparable’ esta vez mediterráneo. Aunque el principal protagonista del premio que lleva su nombre, el holandés Cees Nooteboom haya leído su discurso en la distancia ante la imposibilidad de viajar a Mallorca.

Para los directores de ambas citas, Sheila Cremaschi por el Hay Festival y Basilio Baltasar por las Conversaciones de Formentor, su celebración en el año de la pandemia ha sido una forma de resistencia y de mantener viva la llama de la cultura.

¡Larga vida a ambos encuentros!

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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