(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla el 2 de abril del 2009)
Hay obras que te agarran en algún lugar indeterminado entre el corazón y las tripas y no te sueltan hasta el final. Y aunque duela no puedes dejar de mirarlas. Así es ‘Los abrazos rotos’, la película con la que Pedro Almodóvar –en medio de la expectación que despierta su trabajo, en medio del ruido mediático aderezado este año por el Oscar a su protagonista– demuestra que a él no le tiembla el pulso y que sigue dirigiendo su cine, un cine hipnótico casi siempre, sin dejarse abrumar por el entorno.
Almodóvar nos ha hecho cómplices de sus gamberradas, nos ha hecho reír con su punto más ácido, nos dio una lección sobre el deseo, nos ha puesto de su lado por su originalidad y su sinceridad, pero ahora sabemos que también nos puede hacer sufrir. Sabe cómo hacerlo. Si en ‘La mala educación’, para mí en cierto modo una película fallida, hizo la catarsis de su propia herida, en ‘Los abrazos rotos’ nos invita a una catarsis colectiva. Aquí no importa cuál sea nuestra experiencia porque es una película que trata acerca del dolor y el dolor es algo que todo el mundo ha experimentado alguna vez.
El andamio del filme tiene dos patas. Las dos patas que hacen de su cine una construcción sólida. Un guión escrito desde la pasión de contar y desde la inteligencia del narrador de imágenes y una dirección de actores, que bien podría crear escuela.
El director de ‘Todo sobre mi madre’ le hace a Lluis Homar, el protagonista masculino –por fin, uno a la altura de sus grandes ‘heroínas’– uno de esos regalos con los que un actor se encuentra contadas veces a lo largo de su carrera y eso si es que consigue que sea larga. Homar le devuelve el favor demostrando que es uno de los mejores actores con los que cuenta ahora mismo nuestra escena. Se sabía por lo bajito, pero ha tenido que venir Almodóvar a ponerlo en titulares. También a Blanca Portillo parece agradecerle que encarara con tanta dignidad el secundario de ‘Volver’ y le ofrece aquí un papel mucho más rico, lleno de esos silencios y esas miradas que ponen a prueba la verdadera dimensión de una actriz. Supongo que debo decir algo de Penélope Cruz y no sé muy bien qué decir. Salvo que Almodóvar la fotografía con mimo, la cuida y ella está correcta, muy fotogénica entre tanta inmensidad, pues no hay que olvidar que también se mide con José Luis Gómez que sigue siendo mucho Gómez.
Y luego está el cine. Esos primeros planos llenos de intención, ese forzar la colocación de la cámara para quitar dramatismo cuando está a punto de ahogarnos. Almodóvar trabaja no sólo con buenos actores sino con profesionales que dan de sí lo mejor que tienen. Y eso hay que saber hacerlo. Alberto Iglesias, el compositor de la música, parece un alter ego del director, que tiene también en Rodrigo Prieto, el director de fotografía, a otro puntal de esta película. Cuando me dejo contar una historia por Almodóvar me convenzo de que hay gente que hace en la vida aquello que quería y sabía hacer. Y me alegro.
(En el fotograma de Los abrazos rotos, Penélope Cruz y José Luis Gómez)