Hay días en los que apetece perderse. No saber qué pasa alrededor. No estar pendiente de las noticias que llegan, por ejemplo, del Congreso de los Diputados, aunque sean tan trascendentes para nuestra vida. Hay momentos en los que echamos de menos un lugar apartado o un paraíso cercano de silencio y calma, a ser posible, un lugar en el que naturaleza ofrezca su cara más amable. Esos lugares a los que nos trasladamos casi siempre con la imaginación.
Pero las noticias me traen otro lugar donde aislarme del mundo exterior. Hoy me daría un paseo por los caminos en curva de Richard Serra. Dice el escultor, reciente premio Príncipe de Asturias, que su obra no adquiere su sentido definitivo hasta que no confluye con la experiencia del espectador. Algo fácil de comprobar si se ‘entra’ en una de sus esculturas más visitadas en España, la que preside una sala del Museo Guggenheim de Bilbao: ‘La serpiente’. El paso entre las altas paredes de acero invita a una reflexión sobre las dimensiones en las que se desarrolla nuestra vida, sobre los caminos trazados, las escalas, las tensiones, el vacío, el movimiento o el equilibrio.
Serra sería feliz viendo cómo el público reacciona ante sus inmensas piezas herederas y continuadoras del arte minimal en el que comenzó su carrera en los años sesenta. El espectador, movido por la fama del museo y por la fama añadida del artista, va positivamente predispuesto a encontrar un aliciente en esta experiencia. Pero cuando he sido testigo de ese ejercicio de encuentro con el arte contemporáneo (para muchas personas su primer encuentro, probablemente) no puedo evitar pensar si habrá un más allá de ese contacto.
Me explico. Serra es probablemente a pesar suyo un artista mediático en un país que aún tiene una asignatura pendiente con el arte contemporáneo. Es una tara en el sistema educativo como lo han sido los idiomas. El asunto de los idiomas, aunque lentamente, se va solucionando, el del arte sigue igual y parece que por muchos años. Así que Serra es ‘el de la escultura gigante del Guggenheim’, museo que de por sí ya era mediático antes de abrir sus puertas, también por causas ajenas al arte. Por si fuera poco, la ‘desaparición’ de una de sus obras en el Reina Sofía dio el empujón definitivo a su marca personal de titulares de prensa, competición en la que ha sido sujeto pasivo y, seguramente, sujeto sufriente.
A buen seguro que para un sector del público estas cuestiones ajenas al arte y al verdadero periodismo cultural habrán funcionado como motor de la curiosidad. Así, el paso por la serpiente y por el resto de las elípticas formas de Serra se convierte en una especie de visita a un parque temático con algo más de nivel. Pero siempre hay que quedarse con el lado positivo de las cosas. Serra es, no nos engañemos, otro desconocido fuera los círculos concretos del arte contemporáneo. ¿Qué hay detrás de esas formas no aptas para cualquier espacio y que contradicen las reglas de las inclinaciones o el equilibrio? Años de estudio y de investigación, búsqueda de nuevos lenguajes, de revolucionar el concepto tradicional de la escultura. ¡Ojalá que el premio invite a conocerlo!
(Publicado en la edición impresa de El Norte, el jueves 13 de mayo del 2010, en la columna de opinión ‘Días nublados’)