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Un 'ilusionado' pesimista cósmico

«La gran diferencia entre Petrarca y los otros poetas del amor, especialmente los extranjeros, por la que tú sientes, sólo en él, aquella unción y espontaneidad y unísono con tu corazón que te hace llorar, allá donde quizá nadie más en igualdad de circunstancias con Petrarca te producirá el mismo efecto, es que él vierte su corazón y los demás lo anatomizan (incluso los más excelentes) y él lo hace hablar, y los demás hablan de él (31 mayo1820)». Apenas nos pueden caber dudas de que Giacomo Leopardi, siguiendo las enseñanzas de Petrarca, hizo hablar a su corazón. Lo hizo durante toda su vida. Además de su poesía, 4.526 páginas de pensamientos nos dan idea de lo que su corazón sentía y su mente razonaba. Una muestra de esos pensamientos que acabaron componiendo el ‘Zibaldone’ habla de su pasión por el autor de las ‘Rimas’, lleva anotada la fecha en que fue escrita y es la que inicia este artículo. La editorial Gadir, que el año pasado consiguió el premio nacional a la mejor labor editorial, rescata ahora una muestra de esa magna obra. De Leopardi se han traducido al español sobre todo sus ‘Cantos’, su obra poética. Pequeñas selecciones de pensamientos se han traducido aquí y allá en distintas ediciones parciales. Colinas se ha ocupado –con conocimiento y sensibilidad– de su obra total y Rafael Argullol emprendió una edición del ‘Zibaldone’, lógicamente parcial, dadas las dimensiones del texto, para Tusquets hace ya 20 años.
El cuaderno de notas de Leopardi –que fue escrito entre julio de 1817 a diciembre de 1832– llamaba pues a la puerta y Gadir se la ha abierto en su colección de pequeño formato, lo que da idea de la importancia que las editoriales conceden a esas colecciones de libros pequeños en cuanto a tamaño y precio pero grandes en cuanto a contenidos.

La selección y la traducción de esta nueva aproximación a los cuadernos de notas del poeta atormentado es de Elena Martínez, quien emprendió la tarea con un propósito muy claro: matizar la impresión que del pesimismo del poeta, indiscutible y hasta obvio en ocasiones, se tiene. Quitarle algo de nitidez a la etiqueta. Sostiene esta especialista en literatura italiana que la batalla que se libró en el interior del poeta de Recanati entre razón e ilusión, es decir, entre todo lo que en el ser humano mataba la naturaleza y le impedía ser feliz y la imaginación que vislumbraba un infinito de alegría, no la ganó, al menos tan claramente como se piensa, la razón. «No voy a negar su pesimismo cósmico –afirma la traductora– pero no soy la única que piensa que Leopardi fue un gran pesimista en todo lo que tenía que ver con la vida, la razón y el intelecto, pero que pensaba que, si bien el hombre se ve obligado a ir por un rail, y la vida ya no puede ser aquella que vivieron los clásicos griegos, que era como a él le hubiera gustado vivir, siempre tiene a mano la ilusión y la imaginación y ésta es infinita. Por ahí puede el hombre reconducir su ansia interior de belleza, amor y poesía, es decir, todo aquello de lo que el hombre está dotado cuando nace y que la razón acaba matándole». El pensamiento de Leopardi es fruto de su circunstancias vitales. Nació (el 29 de junio de 1798 en la villa italiana de Recanati) en el seno de una aristocrática familia, y creció en el desafecto materno y la soledad de una educación separada de otros jóvenes y llevada a cabo por distintos preceptores. El espíritu sensible de Leopardi se refugió pronto en la impresionante biblioteca familiar donde conoció y empatizó con los clásicos. Se cuenta que a los once años había leído a Homero y que a los trece ya había escrito su primera tragedia. Su naturaleza enfermiza fue un acicate más para buscar la compañía de los libros. Sus muchos intereses intelectuales y vitales fueron volcándose en el ‘Zibaldone’.

Una novedad de la presente edición es la ordenación de los pensamientos en cuatro grandes apartados: Vida, Naturaleza y Razón, Pasión y Placer, y dentro de los los pensamientos se publican por orden cronológico, lo que permite al lector seguir la evolución de sus reflexiones y teorías que abarcaban tantos y tan profundos intereses. Esta disposición deja, además, abierta la puerta a una segunda entrega del ‘Zibaldone’ que está en proyecto y que se centraría en las opiniones de Leopardi en torno a la belleza, la literatura o la traducción.
«Aquellas raras veces en que yo he encontrado alguna pequeña fortuna o motivo de alegría, en lugar de mostrarla hacia fuera, me daba naturalmente a la melancolía en lo que respecta al exterior, aunque en el interior estuviera contento. Pero esa alegría plácida y recóndita temía turbarla, alterarla, estropearla y perderla al darle aire. Y daba mi alegría en custodia a la melancolía (27 diciembre 1820)». Lo dice el mismo poeta que tiempo después escribiría: «El hombre sería omnipotente si pudiera estar desesperado toda su vida, o al menos por mucho tiempo, es decir, si la desesperación fuera un estado que pudiera durar. (21 de mayo de 1824)». La forma en que él la superaba dio lugar a páginas de espléndida literatura. El poeta de los amores frustrados, de la juventud marcada por el ambiente opresivo de su ciudad natal y de su familia, de los defectos físicos (tenía chepa por una enfermedad ósea que sufría desde niño y problemas en la vista, entre otras enfermedades) nos habla desde ese lugar en que hablan los clásicos, allí donde respira lo que compartimos los seres humanos de cualquier tiempo y condición.

(Publicado en ‘La sombra del ciprés’ el 15 de mayo del 2010)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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